Catástrofe demográfica

La situación demográfica en España es catastrófica; y últimamente ha saltado la alarma entre la opinión pública, alertada por el informe de la ONU que predice para España el dudoso mérito de encabezar a los países más viejos del mundo: lo lograremos en 2050. No se trata de alarmismos, por desgracia la situación demográfica en España es realmente catastrófica; y lo viene siendo desde hace dos décadas, lo que convierte el problema en una hecatombe. Según el mismo informe de la ONU, para evitar esta catástrofe, España necesita recibir en los próximos 50 años unos trece millones de inmigrantes que suplan nuestra falta de población.

Los datos son implacables: desde 1981 el índice de natalidad es inferior al de reposición generacional (2,1). En los últimos 20 años hemos perdido 3,8 millones niños y tenemos 2,5 millones de ancianos más. En 2001 seguimos teniendo el índice de fecundidad más bajo del mundo: 1,07 por mujer. En la mayoría de las Comunidades del norte de España no se llega a un hijo por mujer! En 1999 se llegó al crecimiento cero: la población aumentó sólo en 7.400 personas. Durante la década de los 90 la natalidad es incluso inferior a la de los años de la guerra civil. Desde 1997 en España hay más mayores de 65 años que menores de 15 años. Para 2010 se espera que habrá 152.000 jóvenes de 18 años menos que ahora: nuestras Universidades se quedarán medio vacías. Para colmo, desde 1985 hasta 2000 se han producido 617.608 abortos.. Por supuesto, todos estos datos hubiesen sido mucho más catastróficos si una creciente inmigración no los hubiese paliado en parte.

Por primera vez en la historia se ha llegado a un punto en el que las mujeres españolas tienen menos hijos de los que quisieran tener: la cuestión es que no se atreven a tenerlos. Este es el logro y consecuencia lógica de la política antinatalista y antifamiliar que se ha seguido desde la década de los 80; se enarbolaron estas banderas como signo de liberación de la mujer y entrada en Europa, aunque en Europa ya se estaban tomando drásticas -y muy caras- medidas para aumentar la natalidad. Han hecho falta veintidós años para que nos enteremos que aquellas políticas supuestamente avanzadas ya suponían en Europa un atraso social y cultural; e impiden a la mujer alcanzar su principal anhelo: tener un hijo.

Ante semejante carencia demográfica no se puede aplicar la solución de crear más riqueza; porque resultaría imposible para una escasa población activa que habrá de mantener a la creciente población inactiva (jóvenes) y a la población pasiva (ancianos). Tampoco se puede incrementar la inmigración súbitamente, pues ésta debería ser tan elevada que crearía problemas adicionales de adaptación y xenofobia, además de que no podríamos crear nuevos puestos de trabajo a este ritmo. La solución, después de dos décadas de inactividad, no es fácil ni rápida. España debe dedicar todo el esfuerzo que resulte necesario para aumentar su natalidad de forma paulatina, sin escatimar medios, puesto que éste es el principal problema que tienen planteado en la actualidad. No puede alegarse que los presupuestos del Estado no soportan las ayudas a la Familia que se ofrecen en otros países de Europa: si el problema es prioritario, la dotación presupuestaria también ha de serlo.

El fin del Estado debe ser crear la situación idónea para que las mujeres tengan hijos en libertad: no se trata de predicar el natalismo, sino de facilitar la vida ciudadana de las familias y el acceso de la mujer a la maternidad. Este es el método que viene funcionando en otros países de Europa que detectaron el problema y afrontaron su solución con decisión. Y es a la Familia a quien hay que ayudar, pues las estadísticas confirman que la natalidad se sigue produciendo prioritariamente en las uniones matrimoniales; y no en otras formas de convivencia que actualmente reclaman la misma protección. Incluso con respecto al problema de la tercera edad -que se irá agravando en el futuro por la falta de natalidad-, se está volviendo a la Familia natural para resolverlo: se están buscando hogares de acogida para los mayores, pues el Estado no puede ofrecer a tantos ancianos la atención que requieren.

Tampoco podemos confundir las políticas feministas -que en su caso también serán necesarias- con las de fomento de la natalidad: se han de arbitrar las medidas que posibiliten la maternidad tanto de las mujeres que trabajan fuera de casa como de las que deciden quedarse al cuidado de la Familia : el bajo índice de natalidad que existe en ambos casos demuestra que esta política es necesaria.

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