Entrega en adopción y aborto: una reflexión

Facilitar que los progenitores de niños «no deseados» los den en adopción es un tema espinoso, prácticamente un tabú

Entre los posibles medios que ayuden a reducir el número de abortos existe uno que, en principio, parece ser objeto de menos atención de la que merecería. Nos referimos a facilitar que los progenitores de niños «no deseados» los den en adopción. Se trata de un tema espinoso. Dar a un hijo en adopción es prácticamente un tabú.

Absurdamente, nuestra sociedad acepta con mucha más facilidad el abortarlo.

Como en el caso de la eutanasia, perversamente el aborto de un hijo no deseado a veces llega a presentarse incluso como un acto de caridad hacia el niño, al que supuestamente se le ahorran sufrimientos mayores. El dar el hijo en adopción, en cambio, está muy mal visto. Nunca fue cosa que no se censurase, pero en el pasado se toleraba mejor que hoy y se mostraba incluso comprensión, si personas sin recursos, en situaciones difíciles, etc. renunciaban a su prole. Actualmente existe una tácita pero muy intensa estigmatización de quien recurre a esta solución, que ha sido reemplazada por el aborto, es decir por el infanticidio.

La situación natural de que el niño sea criado por ambos progenitores biológicos o al menos por uno de ellos, no es, en determinadas circunstancias, la óptima. Situaciones especialmente desfavorables, como muy severa pobreza, enfermedad grave, excesiva juventud e inmadurez de los padres, etc. pueden hacer que, objetivamente, sea más ventajoso para el niño ser dado en adopción y crecer en el seno de una familia sin tales dificultades extremas.

Ahora bien, no solamente estas deficiencias materiales justifican la entrega en adopción.

Una necesidad fundamental del ser humano en sus primeros años, tan acuciante como la del alimento, es la del afecto. Un niño que no goza de afecto sufre no menos que uno malnutrido y no queda menos dañado para su vida futura. En este sentido, el hecho de que el embarazo y su fruto sean indeseados justifica el hecho de que el niño sea dado en adopción. El amor puede ser cultivado, se puede educar para que germine, pero en última instancia es siempre espontáneo y libre: no puede ser impuesto, ni siquiera se lo puede generar por medio de un acto de voluntad. Si no existe, nada puede crearlo o suplirlo. No pocos niños son abortados porque este amor falta, otros muchos llevan por el mismo motivo una vida desdichada e indigna, aunque materialmente no sufran carencias.

Dadas estas circunstancias, parece muy conveniente facilitar la entrega en adopción de niños no deseados. Para ello es necesario actuar en dos frentes: el cultural y el jurídico.

El frente cultural es el fundamental. Primero se trata de eliminar el estigma que esta entrega supone y de demostrar que es muchísimo mejor y más correcto desde el punto de vista ético que el recurso al aborto. Estamos ante una tarea social y educativa nada fácil, pero que tarde o temprano tendrá que abordarse. Al mismo tiempo, se debería lograr que la adopción se convirtiera en la solución más natural y deseable para las parejas que no pueden tener hijos. De este modo se puede también evitar la proliferación de perversidades como bancos de semen, vientres de alquiler, congelamiento o destrucción de embriones «sobrantes» en procesos de inseminación artificial, etc. También aquí es necesaria una ardua labor de tipo educativo que destruya prejuicios y convenza del alto valor moral de la adopción.

En el ámbito jurídico se ha de generar una legislación que provea a la madre de medios y condiciones de vida que faciliten la continuación del embarazo, el parto y la entrega del niño en las mejores condiciones posibles, teniendo en cuenta las circunstancias personales de la afectada y de su entorno y sin que ello suponga un estigma social o un trauma psíquico. Asimismo, se debe facilitar la adopción por parte de familias adecuadas. En este sentido, es necesario adaptarse a nuevas realidades sociales, como el aumento de la esperanza de vida, el hecho de que cada vez más personas tienen hijos de manera natural a una edad relativamente avanzada (por encima de los cuarenta años, en el caso de los varones incluso de los cincuenta) y elevar la posible diferencia de edad entre adoptante y adoptado, situada actualmente en España entre los cuarenta y los cuarenta y cinco años según la comunidad autónoma.

Desde luego, todas estas propuestas son irrealizables sin un paciente trabajo a largo plazo y unos medios materiales y humanos que las concreten. En todo caso, es muy urgente empezar a reflexionar sobre ellas, considerar los problemas prácticos que plantean y empezar a preparar el terreno para acciones más concretas.

POR JUAN MESSERSCHMIDT PARA FORO LIBERTAS

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