Agosto: cuando las vacaciones son verdaderamente en familia

1 de agosto de 2025. Por Juan Carlos Corvera para Forum Libertas

Una oportunidad para reconectar con los hijos, compartir tiempo sin prisas y redescubrir el valor de la presencia, el diálogo y el amor cotidiano

El calendario escolar separa a padres e hijos durante buena parte del año. Pero incluso cuando terminan las clases, esa separación no desaparece del todo.

Para muchos niños, julio significa vacaciones, pero no necesariamente familia.

Cuando los padres aún trabajan, los niños cambian de escenario: campamentos —urbanos o de naturaleza—, actividades deportivas, estancias con los abuelos… recursos válidos —y muy a menudo necesarios— para que los padres puedan seguir trabajando.

Pero, aunque cada vez escalonamos más las vacaciones, es todavía en el mes de agosto cuando la mayoría de los padres también interrumpen sus obligaciones laborales, cuando se abre por fin una oportunidad única: que los hijos vivan unas vacaciones verdaderamente en familia.

No se trata tanto de hacer grandes viajes, ni de agendas repletas de ocio, ni mucho menos hacer una carrera con los compañeros de trabajo para ver quien sube las fotos más espectaculares a las redes de los adultos, una competición absurda que más de uno debería replantearse.

Se trata de recuperar algo más profundo: la presencia, la conversación sin prisa, el calor del hogar —aunque el hogar sea una tienda de campaña o una casa alquilada—.

Agosto es el mes donde el tiempo familiar puede convertirse en tiempo educativo. Porque cuando los padres están de verdad, el corazón de los hijos lo nota.

El valor de la presencia

Los niños no necesitan padres perfectos, ni vacaciones caras. Necesitan sentir que importan, que sus padres están disponibles, que por fin hay espacio para ellos en la jornada adulta.

Durante el año, todo va a contrarreloj. En el día a día: deberes, duchas, cenas tardías, jornadas eternas…

El fin de semana muchas veces se convierte en una prolongación de la semana: los niños con las actividades extraescolares y otros compromisos y los adolescentes con sus propios ritmos y actividades lúdicas que a veces impiden sentarse juntos a la mesa.

En verano, y especialmente en agosto, el reloj se afloja. Es el momento de mirar a los ojos, de hacer preguntas largas, de escuchar con atención, de compartir silencios. Esa presencia, tan aparentemente sencilla, es el mejor regalo que podemos hacerles.

Porque si algo educa, es sentirse querido. Y si algo enseña, es ser acompañado.

La familia: mucho más que logística

A veces se habla de la familia como “unidad de consumo” o como estructura de apoyo para la conciliación. Pero la familia es, por vocación, comunidad de vida y de amor.

Lugar donde se aprende a vivir. Y por eso, las vacaciones compartidas no son solo un descanso, sino una escuela silenciosa donde los hijos aprenden qué es un hombre, qué es una mujer, cómo se ama, cómo se discute, cómo se perdona, cómo se vive en verdad.

En este mes de agosto, muchas familias redescubren esa dimensión gratuita y fecunda de la vida compartida.

Y no hace falta mucho: una caminata, una sobremesa, un rato de lectura en voz alta, una oración antes de dormir. No es espectáculo para subir a redes, es algo mucho más importante y silencioso: es hondura.

La gran tentación: delegar también las vacaciones

Ya se delega demasiado durante el año: la formación, el entretenimiento, incluso el afecto. Agosto es la oportunidad de romper esa lógica.

No es el momento de llenar el tiempo de actividades externas para “mantener a los niños ocupados”. Es el momento de ocuparnos de ellos nosotros. No con ansiedad ni con sobre programación, sino con intención, con cercanía, con presencia.

Porque no hay campamento que sustituya a una conversación con papá, ni actividad que iguale el gozo de un juego compartido con mamá. Los hijos lo saben. Lo esperan. Y lo agradecerán más de lo que imaginamos.

Cinco consejos para vivir un agosto educativo en familia

  1. Marca la diferencia con sus “otras vacaciones”: Haz notar a tus hijos que ahora sí estáis juntos. No continúes la rutina de actividades “externas”. El simple hecho de estar con ellos, sin prisas, ya educa.
  2. Haz cosas juntos, no solo por ellos: No seas solo organizador. Sé participante. Juega, cocina, reza, camina, charla… con ellos. No como deber, sino como disfrute.
  3. Crea momentos de conversación serena: Aprovecha el paseo, la sobremesa, el rato antes de dormir. Pregunta con interés. Escucha sin interrumpir. Comparte algo de tu propia vida también.
  4. Reza en familia: Si no lo hacéis durante el año, agosto puede ser un buen momento para empezar. Un misterio del Rosario, una lectura del Evangelio del día, una acción de gracias… algo sencillo, pero habitual. Estas lecturas pueden dar paso a  conversaciones profundas.
  5. Educa sin discursos: El ejemplo, el tono, las palabras que usas, cómo tratas a tu cónyuge, cómo hablas de los demás… todo forma. Tu vida es la primera escuela para tus hijos. Vive con conciencia.

Agosto es un regalo. Y como todo regalo, puede abrirse o dejarse olvidado en una esquina. No lo desperdiciemos. Porque nuestros hijos no recordarán tanto dónde estuvimos… como con quién estuvimos. Que esas semanas compartidas se conviertan en el lugar donde la familia se fortalece, donde la fe se encarna y donde el corazón del niño descubre que la vida, cuando se vive en el amor, vale la pena.

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