Del Parlamento al decorado: cómo se vació la democracia española

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9 de julio de 2025. Por Josep Miró i Ardèvol para Forum Libertas

Weigel nos recuerda que la democracia no se regala, se gana. Y sobre todo: se mantiene. Pero para eso se necesita ciudadanía crítica, instituciones sólidas y una clase política que piense, no que obedezca.

El siempre perspicaz George Weigel escribía el pasado 2 de julio en First Things un artículo con título patriótico y aroma a advertencia: “Independence Day No. 249”. Aunque su mirada apuntaba a EE.UU., su reflexión viene como anillo al dedo para diagnosticar la creciente disfunción democrática en España. Porque si Franklin respondía a Elizabeth Willing Powel con aquella famosa frase —“Una república, señora, si puede conservarla”—, nosotros, en pleno 2025, deberíamos empezar a preguntarnos seriamente si queda algo que conservar.

Weigel nos recuerda que la democracia no se regala, se gana. Y sobre todo: se mantiene. Pero para eso se necesita ciudadanía crítica, instituciones sólidas y una clase política que piense, no que obedezca. Tres elementos que, siendo honestos, en España están más en peligro de extinción que el lince ibérico.

El Congreso: un teatro de sombras

Weigel lamenta la figura del legislador convertido en marioneta de las redes sociales o, peor, en notario pasivo del poder ejecutivo. En España vamos más allá: tenemos diputados que no solo no deliberan, sino que votan en bloque con disciplina cuartelaria. Lo que antaño escandalizaba en los regímenes autoritarios —la ausencia de disenso, la obediencia ciega al líder— hoy es rutina en nuestro Congreso. Y pobre del que ose levantar la voz o tener una idea propia: en el mejor de los casos, será corregido. En el peor, purgado.

Y mientras tanto, el Parlamento, que según el artículo 66 de la Constitución debería controlar al Gobierno, aprobar los presupuestos y ejercer la potestad legislativa, se ha convertido en un decorado. Con Pedro Sánchez al mando, no hay presupuestos a tiempo, ni sesiones de control serias, ni respeto a la iniciativa legislativa del Senado. La presidenta del Congreso actúa como portera de discoteca: decide quién entra y quién no, según el DJ que esté sonando en Moncloa.

¿Una democracia secuestrada?

Weigel lanza una pregunta inquietante: ¿cuándo fue la última vez que “Nosotros, el Pueblo” exigimos a nuestros representantes juicio crítico, madurez y coraje? Y la versión española de la pregunta suena aún más incómoda: ¿cuándo fue la última vez que la ciudadanía tuvo una verdadera oportunidad de hacerse escuchar en España, más allá de votar cada cuatro años entre listas cerradas y partidos herméticos?

La respuesta no es halagüeña. Nuestra democracia, que a veces se proclama con entusiasmo adolescente, cojea gravemente por tres razones:

Primera: los precedentes. En España, las democracias no suelen durar. Se instauran con ímpetu, viven en crisis casi permanente y terminan, con frecuencia, mal. La Constitución de 1978 fue un logro histórico, pero hoy empieza a parecer un libro de buenas intenciones que nadie en el poder se toma muy en serio. El Gobierno la ignora, y el Tribunal Constitucional —convertido en apéndice del Ejecutivo— la interpreta como quien lee un horóscopo: con creatividad interesada.

Segunda: escasean los demócratas de verdad. Es decir, aquellos que anteponen el Estado de derecho al interés partidista. Hoy lo que tenemos es partitocracia pura y dura. Los partidos son fines en sí mismos, no instrumentos al servicio del ciudadano. Y lo que opinemos los votantes… estorba.

Tercera y decisiva: el sistema está diseñado para atrapar. La Constitución, por razones históricas comprensibles, dejó sin mecanismos de moderación efectivos al poder ejecutivo. El jefe del Estado tiene funciones simbólicas, que además no ejerce. El Tribunal Constitucional debería ser un árbitro, pero se ha convertido en jugador. Y las mociones de censura, lejos de ser una herramienta para corregir excesos, son en la práctica casi imposible de activar. La llamada moción “constructiva” no es otra cosa que una cerradura sin llave: para desalojar a un presidente hay que presentar un sustituto con mayoría asegurada. Un chiste de mal gusto en tiempos de mayorías frágiles. ¿Y el voto de confianza? Menuda broma. Depende de la única voluntad de quien se debe refrendar o censurar: el propio presidente del Gobierno

Un PRI a la española

Mientras tanto, el PSOE de Sánchez avanza en su consolidación como partido de Estado. Ya se ha metido en la carrera judicial, manipula la fiscalía a su antojo y convierte al Parlamento en una extensión del Consejo de Ministros. Si esto no recuerda al viejo PRI mexicano, es porque allí, al menos, algunos lo reconocían sin vergüenza.

Weigel, a pesar de sus críticas, termina su artículo con una nota de esperanza: sugiere que el 250 aniversario de EE.UU., en 2026, podría celebrarse con “gratitud y esperanza” si el pueblo asume su papel cívico. En España, esa esperanza se hace cuesta arriba. Quizás no estamos a las puertas de una conmemoración de nuestra Constitución, sino del cierre de su ciclo. El decorado sigue en pie, pero el guion se ha extraviado. Y los actores… no improvisan, obedecen.

La realidad española señala que estamos más próximos a la mutación del PSOE en el Partido del Estado, un PRI en versión de aquí, que de la celebración esperanzada de la Constitución. Solo falta un control más perfeccionado de la justiciay que toda la policía judicial quede en manos de la Fiscalía. Alcanzado esto, más lo ya logrado, la constitución del PRI español es solo cuestión de poco tiempo.

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