11/02/25 Por Juan Carlos Corvera para ForumLibertas.com
En la educación contemporánea el carácter ha pasado a ser un concepto casi irrelevante, eclipsado por una sobrevaloración de la personalidad y una pedagogía que antepone la comodidad emocional a la formación integral.
Con el uso común del lenguaje, como tantas veces ocurre, hemos asociado la palabra carácter con tener «mal carácter», ¡qué carácter tiene!, pero es una trampa del lenguaje.
También es fácil confundir el carácter con la personalidad, pero son conceptos diferentes. El primero se construye mediante hábitos y virtudes, mientras que la segunda es una combinación de rasgos innatos y adquiridos. De esa forma, una personalidad concreta se puede ir configurando mediante la formación del carácter.
En la educación contemporánea el carácter ha pasado a ser un concepto casi irrelevante, eclipsado por una sobrevaloración de la personalidad y una pedagogía que antepone la comodidad emocional a la formación integral.
Aristóteles en su Ética a Nicómaco definía el carácter como la disposición estable del alma que nos inclina al bien, una estructura de hábitos que guía nuestras acciones. Cicerón lo veía como el fundamento de la vida moral, aquello que determina el modo en que una persona enfrenta la vida y sus desafíos. Por tanto, no se trata simplemente de quiénes somos, es decir, de los rasgos de la personalidad que están inscritos en nuestro código genético, sino de cómo decidimos ser, aplicando la voluntad para forjar nuestro carácter.
El pedagogismo y el proteccionismo: dos caras de la misma moneda
Sin embargo, la escuela moderna ha olvidado esta necesaria formación del carácter. En su lugar, ha abrazado una pedagogía emotivista, donde el bienestar psicológico del alumno se prioriza por encima del esfuerzo, la disciplina y la maduración personal. La frustración se ha convertido en un enemigo a erradicar y no en una oportunidad de crecimiento. La voluntad no se integra con el sentimiento, sino que se pliega al él.
Este fenómeno es también incentivado por un proteccionismo asfixiante en las familias, donde los padres buscan evitar cualquier tipo de sufrimiento a sus hijos, dando lugar así a generaciones incapaces de enfrentar la adversidad. Un círculo vicioso que se retroalimenta.
El resultado es evidente: niños y jóvenes cada vez más frágiles, incapaces de lidiar con la frustración, de asumir responsabilidades o de tolerar el fracaso
El resultado es evidente: niños y jóvenes cada vez más frágiles, incapaces de lidiar con la frustración, de asumir responsabilidades o de tolerar el fracaso. En la escuela, se eliminan los suspensos, se reducen los esfuerzos y se fomenta una pedagogía de la autoestima artificial, que exalta al alumno sin exigirle nada a cambio. En el hogar, los padres eliminan cualquier obstáculo del camino de sus hijos, creando una burbuja de seguridad que impide la formación de su carácter, la maduración de su personalidad.
Las actividades al aire libre como forja del carácter
Las actividades de tiempo libre, deportes, montaña… representan una excelente oportunidad para fortalecer el carácter en niños y jóvenes. En ellas, se deben enfrentar condiciones meteorológicas adversas, superar el cansancio físico, acometer retos personales y de equipo, etc. Este tipo de experiencias les obliga a desarrollar -entre otras- resistencia, paciencia y determinación, cualidades esenciales para afrontar la vida de adultos.
La satisfacción de haber superado un reto físico y mental refuerza su autoestima
Las actividades de equipo, enseñan a los jóvenes a conocer mejor sus propias capacidades y a colaborar con otros para alcanzar objetivos comunes. La satisfacción de haber superado un reto físico y mental refuerza su autoestima, un aspecto clave en la construcción de un carácter sólido y equilibrado.
Cinco claves para educar el carácter
Si queremos revertir esta tendencia y devolver a la educación su papel fundamental en la formación del carácter, es imprescindible adoptar estrategias concretas tanto en la escuela como en el hogar. Podríamos comenzar por aplicar estos cinco principios fundamentales:
- Recuperar la cultura del esfuerzo: No se puede forjar el carácter sin una educación que valore el sacrificio, el trabajo bien hecho y la perseverancia. Es necesario que la escuela sea un espacio de exigencia donde los alumnos comprendan que el aprendizaje real requiere disciplina y constancia.
- Permitir que los niños enfrenten la frustración: Proteger a los hijos del fracaso no los hace más felices, sino más débiles. Es fundamental que aprendan a gestionar la frustración desde pequeños, comprendiendo que no todo en la vida se consigue con facilidad y que el error es una oportunidad de aprendizaje.
- Educar en la responsabilidad y la autonomía: Los niños deben asumir responsabilidades desde edades tempranas, aprender a tomar decisiones y ser conscientes de las consecuencias de sus actos. La sobreprotección solo genera individuos dependientes e inseguros.
- Promover la virtud y los principios morales: La educación del carácter implica trabajar las virtudes cardinales: justicia, fortaleza, prudencia y templanza. El desarrollo de las virtudes mediante la repetición de actos que se convierten en hábitos, deben impregnar la vida escolar y familiar.
- Formar en la realidad, no en la ilusión: Los niños no necesitan que se les mienta diciéndoles que son perfectos y que todo será fácil en la vida. Necesitan una educación que los prepare para el mundo real, que les enseñe a asumir retos, a resolver problemas y a superar dificultades con determinación.
La educación del carácter es una asignatura pendiente en nuestra sociedad. Si no recuperamos su importancia, seguiremos formando generaciones de personas frágiles y dependientes, incapaces de sostenerse ante las dificultades de la vida.
«Tiempos difíciles crean hombres fuertes, hombres fuertes crean tiempos fáciles, tiempos fáciles crean hombres débiles y hombres débiles crean tiempos difíciles»
Michael Hopf autor de Those Who Remain, su conocida novela de ciencia ficción, resumió de manera brillante una reflexión del pensamiento clásico estoico sobre el auge y caída de las civilizaciones: «Tiempos difíciles crean hombres fuertes, hombres fuertes crean tiempos fáciles, tiempos fáciles crean hombres débiles y hombres débiles crean tiempos difíciles». Saquen sus propias conclusiones sobre el momento del ciclo en el que estamos, pero nuestra misión como educadores es incidir de manera determinante en él.