¡Es la virtud, estúp…! MacIntyre, Taylor, Pieper y el colapso moral de la política

26 de junio de 2025. Editorial de Forum Libertas

La corrupción no es el problema, sino el síntoma. El verdadero problema es que hemos dejado de creer que la virtud importa.

En la campaña presidencial que llevó a Bill Clinton a la Casa Blanca, una frase se convirtió en emblema: “¡Es la economía, estúpido!” Era un grito de realidad contra un presidente saliente, George H. W. Bush, desconectado del malestar económico que vivían millones de estadounidenses. Clinton tenía razón… y ganó.

Hoy, en España, el problema es otro. No es —o no aparentemente— la economía. Es algo más profundo, más estructural, más grave. Vivimos una crisis de sentido moral, una bancarrota ética que impregna la educación, la política, los medios y hasta nuestras relaciones cotidianas.

Sí, el PSOE exhibe su ya clásica combinación de escándalos económicos, redes clientelares, desdén institucional y cinismo moral. Y sí, Pedro Sánchez gobierna como si todo fuera una cuestión de relato, aunque los hechos digan otra cosa. Pero la raíz de la crisis no está únicamente en un partido ni en un líder. Está en la desaparición de las condiciones culturales que hacen posible la virtud.

Por eso, con la misma contundencia que en aquella campaña americana, hay que decirlo claro: ¡Es la virtud, estúpidos!

No una virtud genérica ni sentimental, sino aquella que fue pensada y practicada por siglos: la virtud como excelencia moral, como hábito que nos perfecciona como seres humanos, como disposición firme a hacer el bien con libertad y conocimiento.

Alasdair MacIntyre: la crisis moral de Occidente

Aquí es donde entra en juego Alasdair MacIntyre, muerto hace pocas semanas. El filósofo escocés que en After Virtue (1981) dejó uno de los diagnósticos más certeros sobre la crisis moral de Occidente. Según MacIntyre, hemos heredado fragmentos de los lenguajes éticos del pasado, pero los hemos vaciado de contenido. Mantenemos palabras como “justicia” o “dignidad”, pero ya no compartimos un acuerdo sobre su significado ni su finalidad.

“Lo que tenemos son fragmentos de un esquema conceptual, partes que han sobrevivido a la estructura dentro de la cual tenían sentido.” (After Virtue. Cap. 1)

La consecuencia es que la virtud no puede sobrevivir fuera de un marco cultural coherente. No es una decisión individual aislada, sino el fruto de prácticas humanas estructuradas, que exigen excelencia, esfuerzo, tradición y comunidad. Cuando esas prácticas (como la política, la educación o el gobierno) se subordinan al dinero, la imagen o el poder, la virtud muere. La corrupción se convierte entonces en el patrón por defecto.

Pero MacIntyre no es el único que alertó sobre esta decadencia.

Charles Taylor: el eclipse del horizonte moral

El filósofo canadiense Charles Taylor, en su obra Las fuentes del yo, ofrece una mirada complementaria. Taylor sostiene que los individuos solo pueden construir una identidad moral sólida si viven inmersos en horizontes de sentido, es decir, contextos culturales que proporcionen un marco común de significados, fines y bienes valiosos.

En palabras de Taylor:

“No podemos definir nuestra identidad sin algún horizonte moral, sin alguna concepción del bien.”

Y es justamente ese horizonte el que ha desaparecido. La cultura contemporánea ha reducido la moralidad a autenticidad subjetiva, donde lo único que cuenta es “ser fiel a uno mismo”, sin ninguna referencia a una verdad o bien común. Esta concepción debilitada del yo impide el florecimiento de la virtud, porque la virtud requiere orientación, finalidades compartidas y modelos de excelencia humana.

En este contexto, la política deja de ser una práctica noble y se transforma en un teatro de máscaras, donde lo único que importa es la gestión de impresiones. Y como ya no hay virtud, solo queda el cálculo: quién gana, quién manipula mejor, quién sobrevive en el caos.

Taylor insiste en que la recuperación moral no puede venir de reformas técnicas, sino de una rehabilitación cultural del bien, de un redescubrimiento colectivo de lo que vale la pena perseguir como sociedad.

Josef Pieper: sin contemplación, no hay virtud

En esta misma línea, el filósofo alemán Josef Pieper advirtió que la raíz profunda de la decadencia moderna es la pérdida del sentido contemplativo de la vida. En obras como Ocio y vida intelectual o Las virtudes fundamentales, Pieper afirma que el hombre moderno, atrapado en la lógica de la productividad y la eficiencia, ya no sabe contemplar, ni agradecer, ni buscar la verdad por sí misma. Todo debe tener utilidad inmediata.

Esta mentalidad hace imposible la virtud, porque la virtud requiere tiempo, profundidad, interioridad. Requiere silencio, educación del deseo, formación del carácter. Requiere un alma capaz de mirar más allá de la utilidad y de la técnica.

Pieper señala que, cuando desaparece el ocio entendido como espacio para la verdad y la belleza, la vida humana se convierte en una maquinaria vacía. Y así, la política —que debería ser la búsqueda ordenada del bien común— se reduce a una competición instrumental entre burócratas, comunicadores y oportunistas.

Por eso, la recuperación de la virtud no solo es una cuestión política: es una cuestión antropológica y espiritual. Necesitamos volver a formar seres humanos capaces de habitar el tiempo, de escuchar la tradición, de aspirar al bien con lucidez. Sin eso, todo colapsa, aunque tengamos crecimiento económico o progreso técnico.

La alternativa: comunidad, tradición y carácter

MacIntyre, Taylor y Pieper coinciden en algo fundamental: la virtud no es posible sin una cultura que la sostenga. No basta con exigir honestidad a los políticos o esfuerzo a los alumnos. Hay que reconstruir los marcos compartidos donde esas exigencias tengan sentido.

Esto implica recuperar prácticas humanas auténticas:
  • Escuelas donde se enseñe con autoridad y amor al conocimiento.
  • Familias donde se cultiven la responsabilidad, la paciencia, el sacrificio.
  • Iglesias, gremios, asociaciones, comunidades donde se viva según una tradición ética viva.
  • Instituciones públicas orientadas de verdad al bien común, con exigencia de integridad y excelencia.

No se trata de nostalgia, sino de supervivencia. Como decía MacIntyre al final de After Virtue“esperamos no a Godot, sino a otro San Benito”: alguien (o muchos) capaces de fundar comunidades humanas en las que las virtudes puedan no solo sobrevivir, sino renacer.

Conclusión: es la virtud, o es el colapso

La corrupción no es el problema, sino el síntoma. El verdadero problema es que hemos dejado de creer que la virtud importa. Hemos abandonado las condiciones que hacían posible la excelencia moral, y lo que hemos ganado a cambio es mediocridad, cinismo, descomposición institucional y desesperanza cultural.

Por eso hoy, más que nunca, hay que gritarlo: ¡Es la virtud!

Y si no la recuperamos —no en el discurso, sino en la vida real, concreta, cotidiana—, no habrá economía, ni democracia, ni bienestar que nos salve del vacío, mejor dicho, acabaremos perdiendo con esta carencia la propia capacidad económica, la democracia y el bienesta

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