Es el caso del homenaje a las víctimas de la Covit-19 concebida como una ceremonia atea, Dios no existió en ningún momento y en ninguna referencia
Corregir lo que está errado es un principio cristiano. Nos lo recordaba la primera lectura de este pasado domingo 6 de septiembre la profecía de Ezequiel (33,7-9) y el mismo Evangelio de san Mateo ( 18,15-20). “A ti hijo del hombre te he puesto de centinela en la casa de Israel”, dice el profeta, “para que adviertas al malvado”. En el Evangelio Jesús señalando la obligación de reprender al hermano que peca contra ti, y fija las condiciones: primero privadamente, si no hace caso, llama a otros dos o tres, si no atiende llévalo a la comunidad, y si ni siquiera a la comunidad hace caso, “considerar como un pagano o un publicano”
Seguramente el contexto de uno y otro mensaje es distinto. En el primero se trata de alertar del malvado que amenaza al pueblo, en el segundo se refiere a un miembro de la comunidad cristiana. Ambos son de utilidad para nuestra advertencia.
La advertencia cristiana es en primer término un acto de misericordia, es decir que se sufre por el daño o el mal en el que el otro incurre. No responde a un acto de enojo o de rabia, sino de sufrir con él por su error, por su pecado. Es también un acto basado en la verdad presentada con claridad. No se puede reprender desde el error, ni desde una interpretación sesgada e interesada. La tercera es que ha de ser hecha con caridad, desde el amor, y finalmente ha de empezar, si ello es posible, desde la discreción de la represión íntima personal.
Es bajo estas premisas que nos atrevemos a reprender al gobierno del estado, a sus instituciones, porque todas ellas participan de este mismo daño, querido o asumido insensiblemente. Denunciamos, y un acto de denuncia del estado solo puede ser público, que bajo el discurso de su neutralidad religiosa que obedece al mandato de la Constitución se está construyendo un estado ateo. El articulo 16 de la Constitución establece que “ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.” Esto significa el reconocimiento positivo de las confesiones religiosas reconocidas como tales, y especialmente de la Iglesia Católica por razones históricas, culturales, y de adscripción de la mayoría de la población. A pesar de ello el estado no asume como propia ninguna de ellas, si bien colabora con ellas. Esto significa la neutralidad. Pero en la práctica los gobiernos socialistas, con el silencio de las demás fuerzas políticas y de las restantes instituciones, han conducido esta neutralidad hasta la negación de toda referencia a Dios. Dios está vetado en los actos de Estado Y esto ya no es neutralidad, sino adscripción a una creencia que es el ateísmo. Solo ella niega a Dios. De esta manera el estado deja de ser laico, neutral, para pasar a profesar una fe determinada, la de que Dios no existe, y esto es una manipulación de la palabra y la ocultación de la verdad, y específicamente una aplicación falseada de la Constitución.
La sociedad que configuramos todos nosotros, hombres y mujeres, no es laica ,sino plural por esta razón nos gobernamos mediante la democracia. El estado no es ateo, sino neutral, y tal neutralidad religiosa del Estado no significa la negación de Dios personal y creador del todo, porque si lo negase ya no sería neutral
Es el caso del homenaje a las víctimas de la Covit-19 concebida como una ceremonia atea, Dios no existió en ningún momento y en ninguna referencia. Bajo la idea de la neutralidad, en realidad se funciona como afirmación de ateísmo. Esta práctica del gobierno del Estado debe ser rechazada porque no responde ni a la Constitución ni a la sociedad que dice representar, y nunca más debe repetirse. Y los políticos y miembros de las distintas instituciones del estado harían bien, como es común en otros países, en no vacilar en referirse a Dios y a invocarlo en sus escritos y manifestaciones cuando resulte adecuado.
POR JOSEP MIRÓ i ARDÈVOL