La mesa familiar tenía su parte central rotatoria. Permitía que todos los miembros de la familia accedieran a los alimentos sin tener que ir pasándoselos de unos a otros. Es la familia más numerosa de Cataluña y probablemente de España: 18 hijos. Los dos padres, José María “Chema” Postigo y Rosa Pich-Aguilera venían también de familias muy numerosas. Catorce hermanos él, dieciséis ella. Dificultades, muchas, pero llevadas con enorme alegría. Dejaban siempre muy claro que “cada hijo es un regalo, un motivo de felicidad”.
En 2015 recibieron el premio “Familia Numerosa del Año” concedido por la European Large Families Confederation (ELFAC) en colaboración con Nova Terra Foundation. Los 5.000 euros del premio los cedieron los Postigo-Pich para obras benéficas.
Se da por supuesto que, de por sí, sacar adelante una familia de tal dimensión no es empresa fácil. Pero hubo problemas adicionales. De los 18 hijos, 8 nacieron con cardiopatías congénitas. Desde la primera hija los médicos les decían que no tuvieran más hijos, consejo que, evidentemente, desoyeron, y se sentían muy felices de no haberlo seguido. Tres de los hijos fallecieron, pero los padres han sobrellevado siempre con enorme alegría las contradicciones. El día a día, la vida cotidiana, era, es, todo un espectáculo. Follón de los pequeños que tiran la pelota a la canasta colgada en una puerta, mientras otros hacen los deberes escolares allí mismo, el pequeño corretea a gatas y otro llega cargado con los alimentos que ha comprado. Los hermanos mayores se van encargando de los menores en una casa donde todos participan en sacarla adelante con pequeñas o no tan pequeñas colaboraciones. Uno de los hijos o hijas es encargado de ir cada día a buscar el pan, que son un montón de barras, y cada mes se gastan 240 litros de leche. Si van al dentista, es un hermano o hermana mayor –tampoco de muchos años- quien acompaña a otro más pequeño.
La familia hubiera podido vivir desahogadamente, pero destacable es la enorme austeridad de su existencia. Si, van a buscar el pan, pero del más barato y, además, donde les hacen descuento. Comida muy simple e ingredientes económicos. En las habitaciones de chicos y chicas, literas de tres pisos. Los bombones solo para Navidad y fechas señaladas. Regalos pocos y sencillos porque de lo que se trata siempre es de dar calor humano, el detalle de la estima mucho más que el precio.
“Chema” había nacido en Cantimpalo (Segovia) y residió de joven en Madrid, pero al casarse con Rosa vivieron siempre en Barcelona. Ambos son supernumerarios del Opus Dei. Tuve ocasiones de conocer a fondo la vida de aquella familia que no solo se caracteriza por su elevado número de miembros y por su austeridad, sino también por su alegría, por su entrega. Dejan muy claro que están alegres porque cada uno se ocupa de hacer felices a los demás.
Una familia de tal dimensión puede hacer pensar que tendrían que encerrarse en sí mismos para subvenir a sus propias necesidades e intereses. No era así, todo lo contrario. “Chema” ha sido pionero en promover la Orientación Familiar en muchos países del mundo, desde el Este de Europa a América de Norte a Sur. Unos brasileños me comentaban entusiasmados años atrás la labor de “Chema” en este campo. Él y Rosa, además, publicaron el libro “Como ser feliz con 1, 2, 3… hijos”, gran éxito editorial, por medio del cual irradiaron su felicidad para transmitirla a otras muchas personas. Tampoco fallaban en la labor social con los más pobres, trabajando entre otros lugares en el Raval con Acción Social Montalegre. Enseñaban a sus hijos a pensar y ocuparse de los más necesitados. Siempre sin ruido, “Chema” promovía también otras iniciativas.
Tantas cargas familiares y de acción pedagógica y social no impedían una intensa dedicación al trabajo profesional. Él como asesor en una empresa cárnica y ella a media jornada en otra de organización de eventos.
Hace unas semanas me informaban de que “Chema” sufría un cáncer grave, con metástasis. Supe que, como siempre, la familia con dolor, pero con profundo espíritu cristiano, aceptaba la situación. “Lo que Dios quiera”, decía el mismo “Chema”, aunque no dejaban de pensar que un milagro era posible. El 6 de marzo fallecía una persona cordial, profundamente espiritual y que desbordaba cariño humano.
Por Daniel Arasa