10 de octubre de 2025. Editorial de Forum Libertas
Al suprimir el vínculo originario entre madre e hijo, el aborto convierte la relación más básica —la que funda el lazo humano— en un acto de desvinculación. La libertad se vuelve, paradójicamente, negación del otro.
La crisis del hombre como eje de la historia contemporánea
El conflicto fundamental de la modernidad tardía no es político ni económico, sino antropológico: ¿qué es el ser humano? La pregunta que recorre desde Nietzsche hasta Foucault, y que Carl Trueman reactualiza en Toward a New Humanism, señala que el hombre se ha vuelto problema para sí mismo.
La crisis del humanismo surge cuando se pierde la convicción de que la vida humana posee un sentido intrínseco, un telos. Cuando la cultura deja de concebir al ser humano como imagen de Dios o como ser dotado de finalidad natural, la libertad se disocia del bien y se convierte en mera autodeterminación técnica.
El antihumanismo como proyecto de autonegación
El antihumanismo no es simple desprecio del hombre, sino un proceso cultural que vacía el concepto mismo de humanidad. Carl Trueman lo describe mediante cuatro dinámicas convergentes:
- Desconstrucción: la pérdida de la naturaleza y de los fines naturales; el hombre reducido a artefacto lingüístico o biológico.
- Desencantamiento: el mundo deja de ser lugar de sentido y deviene campo de operaciones técnicas.
- Desencarnación: el cuerpo ya no expresa la persona, sino que se convierte en material manipulable.
- Profanación: lo sagrado —vida, sexo, muerte— se banaliza en nombre de la libertad individual.
Estas fuerzas constituyen un proyecto de autoabolición del hombre, análogo al que C. S. Lewis anticipó en The Abolition of Man: cuando el hombre se hace dueño absoluto de la naturaleza, termina por destruir la suya.
El aborto como paradigma del antihumanismo
Entre todas las manifestaciones de este proceso, el aborto ocupa un lugar paradigmático. No es solo un hecho biopolítico o moral, sino una síntesis simbólica del antihumanismo contemporáneo. En él convergen las cuatro “des-” de Trueman:
- Desconstrucción: se niega que el embrión sea alguien; se redefine la vida humana como un constructo jurídico o biológico.
- Desencantamiento: la gestación deja de ser misterio y se convierte en procedimiento médico; la maternidad se tecnifica.
- Desencarnación: el cuerpo materno se percibe como espacio de soberanía individual, no como lugar de comunión.
- Profanación: la vida, antes inviolable, se somete a la lógica de la elección.
El aborto expresa la sacralización de la transgresiónde la que hablaba Philip Rieff: la afirmación de la libertad ya no frente al mal, sino frente al bien mismo. Es el punto en el cual la autonomía se emancipa del sentido, y la técnica sustituye al amor como principio de decisión. Por eso, más que un problema ético aislado, el aborto es un síntoma civilizacional: la pérdida del hombre como fin de la cultura.
La inversión de la libertad
El antihumanismo contemporáneo redefine la libertad como el poder de negar la propia naturaleza. En nombre de la autodeterminación, el individuo reclama el derecho a disponer de su cuerpo y de la vida que en él se gesta. Pero esta libertad sin referencia al bien termina siendo autodestructiva: niega el fundamento ontológico de la persona, y con ello la posibilidad de cualquier comunidad ética. Al suprimir el vínculo originario entre madre e hijo, el aborto convierte la relación más básica —la que funda el lazo humano— en un acto de desvinculación. La libertad se vuelve, paradójicamente, negación del otro.
Hacia un nuevo humanismo
Si el aborto es el signo más visible del antihumanismo, su superación no puede ser solo jurídica o moral, sino antropológica. Un nuevo humanismo —como el que propone Trueman— debe:
- Reconocer la sacralidad del cuerpo y de la vida humana en todas sus fases.
- Reinstaurar una teleología del bien, capaz de orientar la libertad hacia fines objetivos.
- Articular un consenso racional sobre los bienes humanos básicos (vida, verdad, amor, justicia), accesibles incluso en un marco secular.
- Recuperar la noción de encarnación: la persona no es voluntad desencarnada ni software psicológico, sino ser relacional y corpóreo.
Solo una antropología que vuelva a afirmar la bondad ontológica del ser humano —no su mera funcionalidad o utilidad— podrá resistir la lógica nihilista que transforma la vida en material descartable.
Conclusión: el dilema de nuestro tiempo
El siglo XXI no se decide entre derecha e izquierda, sino entre humanismo y antihumanismo. El aborto, junto con la tecnificación de la procreación y la banalización de la muerte, manifiesta el punto de inflexión: o el hombre reconoce nuevamente su condición de criatura y de fin en sí mismo, o se pierde en la autonegación de su propia esencia. Frente a la cultura de la profanación, el nuevo humanismo no se limita a defender la vida biológica: busca restaurar el sentido de lo humano como don, relación y vocación.