El 1 de julio de 2021 marca la conmemoración oficial del centenario del Partido Comunista Chino (PCC), aunque en realidad la fundación clandestina del partido, en su primer congreso, se desarrolló entre finales de julio y primeros de agosto de 1921. La elección del 1 de julio obedece a que esa fecha fue establecida por Mao hacia 1941, aunque el dirigente comunista había tenido un papel muy secundario en aquellos orígenes.
También probablemente se mezclen motivos de imagen exterior, pues en ese día, hace veinticuatro años, tuvo lugar la devolución de la soberanía de Hong Kong a China por los británicos. Si ese fuera uno de los motivos, se estaría enviando el mensaje de que es el PCC el gran partido patriótico, con 92 millones de miembros, que ha conseguido borrar las humillaciones sufridas por el país en el siglo XIX y que ahora es el instrumento indispensable para que China adquiera el rango de primera potencia mundial en 2049, en el centenario de la República Popular, creada por este partido.
Comunismo y nacionalismo
El PCC no es ciertamente el partido comunista más antiguo del mundo. Otros se fundaron con anterioridad y siguen existiendo, pero no están en el poder e incluso su clase dirigente ha repudiado, en la mayoría de los casos, la etiqueta de comunista para el nombre del partido. Esto no sucede, sin embargo, en países como China o Cuba, cuyos regímenes se muestran orgullosos de la denominación, sin duda porque siguen controlando los resortes del poder. Además, en ambos casos han conseguido una especie de síntesis entre comunismo y nacionalismo, que ha llegado a su máxima perfección en China, donde el amor al partido y el amor al país son presentados como inseparables.
La historia del PCC se identifica con la propia historia de China en los últimos cien años. En el discurso oficial, el partido encarnaría la reacción popular ante la tragedia de la decadencia y la pérdida de soberanía chinas que supuso el imperialismo occidental. Representaría un estilo de patriotismo que no querría verse condicionado por el internacionalismo soviético, y esto explica la ruptura del maoísmo con Moscú a los pocos años de establecerse la República Popular China. Es cierto que el maoísmo, en las décadas de 1960 y 1970, representaba un mesianismo con proyección internacional, que competía con el soviético. Este mesianismo ideológico ha desaparecido en la actualidad. El PCC subraya su condición nacionalista al tiempo que no se plantea ser un paradigma universal.
El rechazo del modelo de Singapur
Cuando se introdujeron las reformas económicas del período de Deng Xiaoping, algunos analistas se preguntaban si el PCC adoptaría una reforma política basada en el modelo de Singapur. Desde 1959, esta ciudad-estado ha sido gobernada por el Partido de Acción Popular (PAP), fundado por Lee Kuan Yew, primer ministro durante más de 30 años, que tiene un casi total monopolio del poder. Esto se combina con un alto desarrollo económico y un innegable apoyo popular.
Pero a los comunistas chinos no les bastaba este modelo autoritario, pese a la supremacía del PAP. Nunca admitirían que otros partidos pudieran concurrir a las elecciones tal y como sucede en Singapur. El leninismo, que predica el monopolio de un partido fuertemente centralizado, está en el ADN del comunismo chino, que no está dispuesto ni a ceder ni a compartir el poder.
Es el auge económico el que legitima tanto el nacionalismo como el monopolio político del Partido Comunista Chino
Sin embargo, a diferencia de otros comunismos, el PCC es lo suficientemente pragmático para no imponer su monopolio a costa del fracaso económico y del descontento social. Antes bien, ha conseguido el respaldo de muchas personas que han mejorado su nivel de vida y que sienten que se ha restablecido el orgullo nacional. Ese respaldo, a diferencia de otros regímenes de partido monopolizador del poder, no se basa exclusivamente en el nacionalismo, que en muchos casos solo sirve para ocultar los problemas económicos, sino que se apoya en la mejora de las condiciones de la vida material y en la libertad para trabajar o estudiar en el extranjero, algo que no se daba en los regímenes comunistas clásicos.
Es el auge económico el que legitima tanto el nacionalismo como el monopolio político del PCC. Se produce así una situación que pretende desmentir la creencia de que la economía de mercado y la democracia liberal son dos caras de la misma moneda. Desde la óptica de los comunistas chinos, un sistema autoritario no es incompatible con el desarrollo económico y tecnológico. Por el contrario, para un gran número de personas, es precisamente ese sistema autoritario lo que ha elevado a China a la categoría de segunda potencia económica mundial.
Un partido chino
Los cien años del PCC son la crónica de una evolución progresiva. De un partido marxista ortodoxo que daba prioridad al proletariado industrial se pasó a otro en el que la lucha de los campesinos ocupaba el primer lugar. El triunfo de Mao, un “reformador agrario” en la equivocada apreciación de la Administración Truman, instauró un culto a la personalidad inédito desde hacía siglos.
El PC chino nunca se ha escudado en el viejo lema marxista de que “los proletarios no tienen patria”. En este caso, tienen patria y no quieren ser proletarios
Tras la llegada al poder de Deng Xiaoping, el partido adquirió los rasgos de un autoritarismo tecnocrático, pero desde que en 2012 Xi Jinping se convirtiera en el nuevo secretario general, hemos asistido a un nuevo rearme ideológico –en el que las referencias a Mao son indispensables– y a la forja del culto a la personalidad de otro líder carismático. A diferencia de alguno de los partidos comunistas que han existido en la historia, el PCC nunca ha negado su carácter de partido chino y no se ha escudado en ese viejo lema marxista de que “los proletarios no tienen patria”. En este caso, tienen patria y no quieren ser proletarios. A Deng Xiaoping se le atribuye la cita de que “ser rico es glorioso”.
Es además un tipo de partido enraizado en las tradiciones chinas. El igualitarismo de la doctrina comunista no ha podido terminar con la cultura secular de los mandarines. La mayoría de la población sigue creyendo que han de gobernar las personas que, por sus méritos, su formación y su experiencia, tienen la responsabilidad de dirigir y administrar los asuntos públicos. Ni que decir tiene que estos mandarines pertenecen a las élites del PCC. Han sido objeto de selección. Muchos han gobernado una ciudad, luego una provincia y finalmente han ascendido a altos cargos en el Politburó del partido. Sin embargo, las reformas que puedan introducirse en el sistema político no se corresponden con el modelo de una democracia liberal. Las reformas nunca pueden cuestionar la legitimidad de los gobernantes. Antes bien, irán encaminadas a salvaguardar el orden establecido, aunque oficialmente se hable de profundizar en el respeto a las leyes, la responsabilidad de los gobernantes ante los ciudadanos, combatir los abusos, las arbitrariedades y la corrupción.
Xi Jinping se ha hecho más ideológico por la percepción de que un pragmatismo como el de Deng puede socavar la cohesión del PC
Por otra parte, a lo largo de las últimas dos décadas, el régimen comunista ha subrayado la importancia de los valores tradicionales confucianos, que en otro tiempo fueron considerados como responsables del atraso y la decadencia de China. De este modo, el PCC hace “suyos” los ideales de una sociedad armoniosa, un sistema meritocrático para ejercer el gobierno o la exaltación de líderes virtuosos y sabios, que en la actualidad han quedado reducidos a Mao y a Xi Jinping, que han construido con características chinas el socialismo de Marx y Lenin. En el discurso del PCC se habla de continuo sobre poder, prosperidad, civilización, armonía, libertad, democracia, equidad, estado de derecho, patriotismo… Pero el único que encarna estos valores es el partido, que tiene la misión de interpretarlos y ejercer de guía exclusivo en su aplicación. Es, por tanto, el PCC el intérprete del nuevo confucianismo, que se presenta como un eficaz instrumento para resistir las influencias occidentales que, tras los pretendidos llamamientos a la libertad y la democracia, ocultarían el propósito de desestabilizar a China y trastocar su proyecto histórico de modernización.
Xi Jinping, heredero de Mao
¿Qué explicaría que Xi Jinping sea más “ideológico” y menos “pragmático” que Deng Xiaoping? La percepción de que ese “pragmatismo” puede socavar la cohesión del PCC. Los comunistas chinos no desean que salga de entre sus filas un Gorbachov, cuyas reformas precipitaron el fin de la Unión Soviética. Esta preocupación se hizo patente tras los sucesos de Tiananmen en 1989, y en un discurso de aquellos años Deng tuvo que subrayar la importancia de la “educación política e ideológica”. En la actualidad, el reforzamiento ideológico pasa por tener como continua referencia la figura de Mao, el creador de la nueva China, aunque se guarde silencio sobre los fracasos del régimen, como el Gran Salto hacia adelante o la Revolución Cultural. De este modo, Xi Jinping se convierte en el heredero de Mao y aspira a perpetuarse en el poder, como él, lo que supone dejar de lado la dirección colegiada y la sucesión ordenada dentro del PCC instauradas por Deng Xiaoping.
Xi ha pasado a convertirse en el representante del “sueño chino”, expresión empleada por él mismo y que se contrapone al “sueño americano” u occidental. Quiere ir más allá de la dimensión económica y alcanzar un papel principal en el nuevo orden internacional emergente. Para alcanzar este objetivo, Xi Jinping tiene que seguir encabezando el liderazgo de la nación y del partido.
Por Antonio R. Rubio para Aceprensa