El fin de la sociedad española tal y como la conocemos no vendrá del secesionismo, sino de la autodestrucción causada por el hundimiento demográfico, debido a la falta de nacimientos y el envejecimiento de la población.
Los datos hechos públicos por el INE señalan este hundimiento, con un saldo vegetativo (nacimientos menos defunciones) negativo de 46.590 personas, el mayor registrado hasta ahora. Pero no se trata solo de la cifra, sino de la tendencia. Los nacimientos que a finales de siglo se encontraban en mínimos registraron un impulso pasajero con la llegada de inmigrantes que robustecieron la natalidad. Sus efectos alcanzaron la cima en el 2008 cuando nacieron 255.062 personas, muy lejos de las 179.794 de ahora, siempre con datos del primer semestre de cada año. La curva que describe la información es una caída continuada a lo largo de la última década y además con una pendiente acusada; es decir, se reducen los nacimientos con rapidez, de manera que el índice de fertilidad, es decir, el número de hijos por mujer en edad fértil, es de 1,3, cuando la cifra necesaria para mantener el equilibrio sería de 2,1. La diferencia es de 0,8 hijos por mujer. Si se multiplica este valor por el número de mujeres entre los 15 y los 49 años, veremos la cuantía extraordinaria de nuestro déficit demográfico.
Por su parte, las defunciones, en consonancia con el envejecimiento de la población, van aumentado lenta pero inexorablemente. Registran, sobre todo en una media semestral como esta, más oscilaciones. Una epidemia de gripe más dura posee efectos significativos, por ejemplo, pero la tendencia de fondo es inexorable. Hemos pasado de 197.902 defunciones en 1999 a las 226.384 actuales.
Todo esto da lugar a una transformación creciente de la población. El envejecimiento es la más evidente, pero también un lento proceso de sustitución que, de continuar así se acelerará en términos de bola de nieve que rueda por la pendiente. Se trata de la llegada, moderada ahora pero evidente, de inmigrantes, a los que se añaden los nacimientos de padres de este origen, proporcionalmente más numerosos que los autóctonos. Esto va a tener efectos culturales -de cambio- y también económicos, en el sentido de que la mayoría posee un capital humano que se sitúa en el lado medio bajo y bajo del conjunto de la población.
Las causas que empujan hacia abajo la natalidad son de índole diversa pero que se combinan y refuerzan entre sí:
- La descristianización. El factor religioso es decisivo en el número de hijos de la pareja. Esto sucede no solo en España, sino en otros países. Los católicos practicantes y los musulmanes tienen más hijos por mujer que la media la población, y muchos más que quienes se declaran agnósticos y ateos. Ceuta y Melilla son un excelente observatorio. Mientras el índice de fecundidad de España fue de 1,31 en el 2017, el de Ceuta fue de 1,81 y el de Melilla 2,31, cercano y muy por encima de la tasa de reemplazo.
- La avanzada edad al tener el primer hijo, ahora ya en 32,1 años, lo que dificulta tener más de uno.
- La hegemonía ideológica de la perspectiva de género, que maltrata y margina la misma idea de maternidad. De hecho, se ha extendido en la sociedad española y en las generaciones más jóvenes una cultura que ve en la maternidad algo semejante a la esclavitud y al dominio del “patriarcado”. El feminismo de nueva generación, el feminismo gender, marca negativamente lo que era el horizonte femenino de realización personal.
- La falta de ayudad a la familia y a la maternidad, por indolencia cuando no oposición real de los diversos gobiernos, sean del PP (los primeros) o del PSOE (los segundos para ayudar).
- La destrucción del vínculo matrimonial. Cada vez hay menos matrimonios que son sustituidos por el vínculo débil y descomprometido de la cohabitación. En estas condiciones pensar en los hijos es una entelequia.
- El crecimiento de una clase social, el precariado, sin garantías de continuidad laboral, bajos salarios, horarios cambiantes. Se necesita ser un héroe para formar una familia en estas condiciones.
- El coste de la vivienda en relación con los salarios, tanto en términos de alquiler como de compra.
- La pérdida de significado de los hijos. Para muchos ya no son la finalidad fundamental de la vida y la forma de realización fundamental del hombre y la mujer.
- La incapacidad para pensar y actuar en términos de bien común. Con esta evolución demográfica no existirán ni pensiones que den para vivir, ni estado del bienestar (sanidad, sobre todo) en condiciones para lo menores de 55 años.
- El aborto, que representa más del 20% de los nacimientos. Su reducción aumentaría la natalidad, pero los poderes públicos lo incentivan. Pagan los abortos y no dedican recursos, no ya a la maternidad y a la familia, sino incluso a aquellas entidades privadas que ayudan a las madres que desean realizar su maternidad. POR FORUM LIBERTAS