1 de agosto de 2025. Por Santiago Bertrán para Forum Libertas
Los varones jóvenes enfrentan una crisis emocional y económica. Como católicos, estamos llamados a guiarlos con verdad, compasión y esperanza
Los hombres jóvenes están sufriendo. A causa del progreso en igualdad y oportunidades para las mujeres, las estadísticas muestran que los varones jóvenes se están quedando atrás emocional, académica y económicamente.
¿Estamos preparados, como Iglesia y como sociedad, para tenderles la mano?
El profesor Scott Galloway, de la Universidad de Nueva York, ha lanzado esta advertencia sin rodeos: “Estamos ante una generación de hombres jóvenes inviables económica y emocionalmente… y necesitan nuestra ayuda”.
Un panorama alarmante
Las cifras son contundentes.
Los varones jóvenes tienen cuatro veces más probabilidades de suicidarse, tres veces más de caer en adicciones y doce veces más de acabar en prisión que las mujeres.
Los niveles de soledad, depresión y fracaso académico no dejan lugar a dudas: algo está fallando profundamente en nuestra manera de educar, formar y acompañar a los hombres.
Mientras las mujeres menores de 30 años alcanzan mayores niveles educativos y en algunos contextos incluso ganan más que sus pares masculinos —un logro digno de admiración—, muchos hombres jóvenes se sienten desubicados, sin propósito ni modelos de referencia claros.
Soledad y aislamiento: el enemigo invisible
En su análisis, Galloway destaca que mientras muchas mujeres canalizan su energía emocional hacia amistades, vocación o servicio, los hombres tienden a refugiarse en el aislamiento, videojuegos, pornografía y otras formas de evasión.
Esta tendencia no solo mina su desarrollo personal, sino que dificulta las relaciones interpersonales y familiares.
En el plano espiritual, esto representa una llamada urgente: la Iglesia está llamada a convertirse en un refugio y una escuela de humanidad para estos hombres perdidos, sin reducirlos a estereotipos ni caer en discursos ideológicos.
¿Qué significa ser hombre hoy?
Lejos de caer en nostalgias pasadas o en ideologías que vacían el significado de la masculinidad, el autor propone una visión renovada y realista:
ser hombre hoy significa ser proveedor, protector y procreador, no como títulos de dominio, sino como expresiones de servicio, generosidad y entrega.
Un proveedor no es solo quien aporta dinero, sino quien se compromete con el bienestar del hogar, aun si eso implica apoyar la carrera de su esposa.
Un protector no es solo quien defiende físicamente, sino también quien cuida el alma de su entorno, quien es capaz de ponerse de pie frente a la injusticia, el chisme o la violencia.
Y un procreador no se define únicamente por su capacidad biológica, sino por su deseo de establecer relaciones profundas, de crear vida en todos los sentidos: vida familiar, vida espiritual, vida comunitaria.
La masculinidad no es el problema, sino su abandono
Desde la fe cristiana, sabemos que el hombre y la mujer han sido creados “a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,27), no para competir entre sí, sino para complementarse y caminar juntos hacia la plenitud.
Ignorar las heridas de nuestros jóvenes varones no solo perpetúa el sufrimiento, sino que también pone en riesgo el futuro de las familias, de la Iglesia y de la sociedad entera.
¿Qué podemos hacer como católicos?
- Formar hombres íntegros desde la infancia: fuertes en la fe, responsables, sensibles, trabajadores y generosos.
- Ofrecer modelos positivos de masculinidad, especialmente en la pastoral juvenil y familiar.
- Abrir espacios de acompañamiento espiritual y psicológico para hombres jóvenes que se sienten perdidos o desmotivados.
- Revalorizar la vocación masculina al servicio, dentro de la familia, la Iglesia y la sociedad.
- Educar en el amor, el compromiso y la entrega mutua, frente a una cultura que promueve relaciones superficiales y egoístas.
No se trata de volver atrás ni de impedir el avance femenino.
Se trata de elevar a los hombres a la altura de su vocación humana y espiritual. Como dice el apóstol Pablo: “Sed fuertes y valientes, manteneos firmes en la fe, sed valientes, sed hombres” (1 Cor 16,13).