Las grandes amistades son fundamentales para el desarrollo de la personalidad en la adolescencia, subraya Meg Meeker en su libro (1).
Como adultos, los padres valoran las amistades con la perspectiva del tiempo y los azares de la vida; pero sus hijas no tienen esa perspectiva, y en el momento en que entablan una amistad, casi al instante, comparten su mundo emocional con gran facilidad: secretos, pensamientos, sentimientos. Las chicas necesitan contrastar con alguien las experiencias vitales para comprender mejor lo que les sucede, especialmente si viven alguna experiencia traumática, como la separación de sus padres o el fallecimiento de un familiar muy querido.
Las grandes amistades ayudan a definir la propia identidad de nuestras hijas al margen de la familia: por eso son muy importantes las buenas amigas, y nefastas las malas, por el daño que les pueden hacer.
Cuando una chica entabla amistad con otra que tiene una autoestima elevada, su propia autoestima aumenta. Curiosamente, resulta más fortalecedor tener una buena amiga que un grupo de amigos. La revista de investigación Child Development señala que las chicas de 15 a 16 años que tienen una buena amiga más que un grupo extenso de amigos, muestran mayores niveles de autoestima y menos ansiedad social y depresión a los 25 años, en comparación con aquellas compañeras que tenían mayor popularidad.
En otro estudio de características similares se llega a la conclusión de que las chicas que prefieren tener amistades concretas también tienen mayor facilidad para gestionar tareas sociales y de desarrollo cuando se hacen adultas que aquellas que formaban parte de pandillas más extensas.
Para una adolescente es más importante tener una buena amiga que gozar de popularidad dentro de una pandilla
Todo esto es algo que a los padres les cuesta entender, porque asocian la felicidad de una hija con su índice de popularidad. En el fondo, tener que lidiar con las complejas relaciones de un grupo en una edad emocionalmente inestable puede producir en una chica estrés y hacerla más vulnerable a la presión del grupo.
Meeker señala que muchos padres le preguntan qué deben hacer cuando sus hijas antes que salir prefieren quedarse en casa para leer, escuchar música o trabajar solas en un proyecto escolar. Su respuesta es que quizá no deben hacer nada, porque su comportamiento es perfectamente normal, sencillamente una manera de ser.
Las chicas necesitan tener amigas leales y buenas. Como padres, dice Meeker, debemos ayudarles a reconocer y perseguir esas amistades, que pueden ayudarles a transformar su vida de manera positiva.
(1) Meg Meeker, Raising a Strong Daughter in a Toxic Culture. 11 Steps to Keep Her Happy, Healthy, and Safe, Regnery, 225 págs. Acaba de aparecer una versión española: Educar hijas fuertes en una sociedad líquida. 11 pasos hacia su felicidad, bienestar y seguridad, Palabra, 238 págs., traducción de Ana Corzo Santamaría.
POR ÁLVARO LUCAS PARA ACEPRENSA