Son muchos los ámbitos laborales y las oficinas de selección de personal en los que se pregunta a la mujer joven que intenta acceder a un puesto de trabajo si tiene previsto ser madre
La profesora Núria Chinchilla, experta en conciliación de vida laboral y familiar, me comentaba en cierta ocasión que la discriminación de la mujer en el mundo laboral no se da por ser mujer, sino por ser madre.
Refrendaba algo que no pocos hemos constatado. Quienes trabajamos o hemos trabajado en el mundo universitario, periodístico o profesional no vemos reales algunas afirmaciones que se hacen acerca de la discriminación femenina, presentándola como algo continuo, habitual y generalizado. En la universidad tenemos incluso más alumnas que alumnos, y evidentemente no se las discrimina en las notas ni se les aplica mayor presión de trabajo, en las redacciones de los periódicos se comparte la actividad y los sueldos –hoy casi todos muy bajos- son iguales para ellos y ellas, en los despachos profesionales hombres y mujeres trabajan codo a codo en las mismas condiciones, no son pocas las mujeres médicos en hospitales y ambulatorios, cada vez hay más mujeres directivas y empresarias, y aumentan las que están presentes en el campo político, etc. Quizás la discriminación se da más en otros niveles y en está claro que en bastantes cometidos la mujer cobra menos por el mismo trabajo que sus compañeros varones.
Pero, sobre todo, surge el problema cuando la mujer es madre. Ahí sí. Son muchos los ámbitos laborales y las oficinas de selección de personal en los que se pregunta a la mujer joven que intenta acceder a un puesto de trabajo si tiene previsto ser madre. Y en muchas empresas son descartadas si expresan tal deseo. Más grave aún, se producen despidos de mujeres embarazadas, aunque se argumente otra cosa porque nadie se atreve a dar la verdadera razón de cancelar el contrato laboral.
Que la mujer trabajadora sea madre puede sin duda implicar alteraciones en la marcha laboral de su empresa. No puede negarse. Durante cuatro meses se acoge a la baja maternal y luego en muchos casos debe atender a su hijo, las madres trabajadoras tienen problemas de conciliación, con dificultades adicionales si los niños están enfermos o de vacaciones. Para determinados puestos de trabajo es cierto que todo ello puede resultar una complicación importante, mientras en otros empleos las bajas son más fácilmente sustituibles sin perjuicio de la calidad del trabajo. Pero no hay que olvidar que se dan otras contrapartidas positivas. Está demostrado que aquellos patronos o responsables laborales que conocen y respetan la dignidad de la persona humana, que entienden el valor de la familia, que saben calibrar que el trabajo es muy importante pero que la persona es mucho más que una simple máquina de trabajo y de consumo, ven con alegría que sus empleadas tengan hijos y saben que las dificultades en el trabajo son superadas. Que sus empleados se sientan felices con su familia da buenos resultados en la empresa. A largo plazo, además, hombres y mujeres con hijos aportan más en sus puestos de trabajo porque a raíz de que en sus vidas requieren estabilidad cambian menos de empresa y tienden a esforzarse más al sentir en mayor grado la responsabilidad de conservar el empleo que quienes no tienen cargas familiares.
A nivel social, por otro lado, ¿adónde va una sociedad en que las familias no tienen hijos? Vivimos un grave invierno demográfico. En nuestro país y en todo el entorno europeo no se alcanza ni de lejos al relevo generacional. Estamos alrededor de 1,3 hijos por mujer, y con tendencia a bajar, cuando para la simple sustitución de las generaciones hacen falta el 2,1.
Por si fuera poco, vivimos inmersos en una ofensiva ideológica contra la maternidad. En lugar de considerarla como lo que es, algo grande, ¡dar hijos al mundo!, se repite una y otra vez que es una limitación de la mujer, que ser madre trae tantas cortapisas que la hace casi inasumible por excesivamente pesada. ¡Qué pocos felicitan a una mujer embarazada de su segundo hijo! Y si es del tercero ya es casi un clásico referirse a ella como “¡Pobrecita!” si se le tiene cierto cariño, y a sus espaldas quizás considerarla “tonta”.
En el marco de esta ideología de género que todo lo impregna y que la mayor parte de personas han asumido –o van tragando- sin atinar que estamos ante una de las mayores perversiones ideológicas de la historia de la humanidad, algunos van aún más lejos y plantean la maternidad como una opresión de la mujer.
Parece que son pocos los que se dan cuenta que la grandeza de la mujer tiene precisamente una base fundamental en esta capacidad de dar vida. Si, además, se da el salto al plano sobrenatural, reconociendo el valor de la persona humana como hijos de Dios, tal consideración positiva de traer nuevas vidas al mundo se dispara hasta el infinito.
Por Daniel Arasa, periodista