No te creas sus mentiras. Inger Enkvist destroza los grandes mitos de la enseñanza progre

13 de maig de 2025. Por Óscar Rivas, director de Forum Libertas

Óscar Rivas, director de Forum Libertas, conversa con Inger Enkvist, en su reciente visita a España sobre mitos, mentiras y el tabú de la inmigración

Dice Inger Enkvist que hablar claro es, a estas alturas, un acto de rebeldía. Y lleva razón. Mientras el discurso oficial nos distrae con eufemismos, cifras maquilladas y pedagogías blandas pero inflexibles, ella alza la voz —calma, firme, implacable— recordando lo obvio: que sin exigencia no hay aprendizaje, que sin autoridad no hay respeto, y que, sin verdad, la escuela es solo teatro.

Pero Inger Enkvist no es simplemente una persona que conozca el tema, es un referente en el sector educativo, es catedrática de español en la Universidad de Lund y experta en literatura hispánica y educación comparada. Ha investigado a autores como Vargas Llosa y Goytisolo, y publicado ensayos clave sobre política educativa.

En la nueva edición de La buena y la mala educación (Ediciones Encuentro) Inger Enkvist desbroza con lucidez los mitos que han colonizado el sistema educativo contemporáneo. En su discurso no hay nostalgia ni pesimismo, sino una peculiar forma de esperanza: la que brota cuando alguien se atreve a ponerle nombre al caos.

En esta conversación, que tiene lugar a unos metros del Retiro, Inger, lejos de negociar con correcciones políticas que abocan al desastre, nos invita a recuperar el sentido común, ese que tanto incomoda y que la ideología omite.

Estimada Inger, quisiera darte la enhorabuena por la nueva edición de Buena y mala educación, un libro que, a mi entender, resulta fundamental para entender cómo las élites, desde hace décadas, priman la imposición de su ideología marxista sin importarles el daño que con ello ocasionan a maestros, alumnos, familias y, en consecuencia al conjunto social. He de reconocerte que uno de los aspectos que más me ha fascinado ha sido tu capacidad para desmontar mitos que con enorme frecuencia acogemos como verdades absolutas. Si te parece, centraremos esta conversación en algunos de estos mitos.
Primer mito: lo más importante es invertir en educación. Afirmas que, siendo importante invertir, más importante es aún saber en qué modelo educativo se invierte nuestro dinero.

Así es. Esta insistencia en la inversión procede del mundo de la política porque es lo único que pueden hacer. Piensa que los políticos carecen de pericia en cualquiera de los campos que abordan, en cambio, eso sí, manejan el dinero.

Olvidan lo fundamental: si no cuentas con buenos profesores en los colegios, si no aplicas reglas de sentido común, la inversión no sirve de nada.

Tenemos múltiples ejemplos. Allí donde se aplica su pedagogía, ya sean países ricos o pobres, nunca funciona. Lo saben y aún así se niegan a asumirlo porque reconocer su fracaso atenta contra la ideología que implica.

La excelencia consiste en tener una meta intelectual y moral y aplicarla; consiste en disponer de profesores con capacidad intelectual y moral capaces de transmitir esa idea a los jóvenes.

Así es como ganan todos los alumnos, incluso los más inquietos.

Segundo mito. Los sindicatos insisten de forma persistente en que otra de las soluciones para mejorar la educación consistiría en reducir aún más la ratio de alumnos por aula. Tú rechazas esta afirmación señalando que no solo no sería una medida eficaz, sino que, en ocasiones, pudiera llegar a ser netamente ineficaz.

Claro, claro, así lo dicta la experiencia. En Asia la ratio es muy elevada y, sin embargo, obtienen mejores resultados que los occidentales. Cuando desarrollamos la disciplina en niños y adolescentes, les ayudamos a orientar su conducta. Les convertimos en personas adultas con capacidad para lograr la meta propuesta.

Sin una mínima disciplina la ratio resulta indiferente.

Si yo le preguntase a una persona adulta ¿qué prefieres, estar en un grupo de diez personas y escuchar a un profesor mediocre, o encontrarte en un aula con treinta o cuarenta, pero con un magnífico profesor? La respuesta siempre será la segunda opción. Sabemos que nuestra concentración va a ser mayor porque lo que nos tiene que decir esa persona nos interesa de verdad.

Los números tienen que ver también con los profesores; que el volumen de estos crezca no quiere decir que su calidad aumente. Si la meta es aprender, la ratio no importa. Ahora bien, si la meta es la convivencia ¿Por qué no ser diez y pasarlo mejor?

Tercer mito. Durante décadas, nos han insistido en que el nivel socioeconómico de las familias es primordial, pues de ello depende el éxito o el fracaso del alumno. ¿Es cierto?

Es otra tontería, una tontería histórica, ya que sabemos que muchos de los que después han sido investigadores, artistas o políticos, proceden de familias sin plataforma cultural.

En su día la escuela abrió al alumno las puertas de la cultura y el conocimiento. Hoy la escuela ha cerrado esas puertas, lo que aboca a la enseñanza al caos y al desorden.

Si la escuela no es capaz de entregar cultura al alumno, este la tiene que recibir en su casa, lo cual resulta contradictorio con las políticas de supuesta igualdad que persiguen.

¿Significa eso que su pedagogía está cerrando las puertas del ascensor social?

En efecto. Cuando funcionaba la escuela y esta era exigente, funcionó también el ascensor social.

Ahora que hay más democracia, también en el aula, y que hay muchos estudiantes que no se esfuerzan porque nadie les exige esfuerzo, el ascensor social ha dejado de funcionar.

Por lo tanto, hablar del nivel socioeconómico es una media verdad, que es lo mismo que decir que es falso.

El cuarto mito, Inger, es que ellos insisten en que da igual que tengas un padre, una madre, que la familia esté estructurada o desestructurada, porque eso no afecta a los resultados del alumno. En este aspecto, te muestras muy firme, al destacar que aquellos niños que nacen en un hogar donde hay padre y madre, infinitas garantías de éxito.

Soy consciente de que afirmar esto no está muy de moda, pues lo moderno, lo abierto, lo liberal, lo incluyente, sería decir que esto no importa. Pero lo cierto es que sí importa, y mucho.

No hay más que ver las estadísticas. La gente ya no quiere hablar de moral, y eso es un error. La situación del niño que se ve obligado a vivir unos días en casa del padre, otros en el de la madre, le genera inseguridad sobre quién es.

Algo muy parecido, por cierto, a lo que sucede con algunos inmigrantes, que no saben a qué contexto social pertenecen. Sabemos por experiencia que cuando el alumno encuentra en su hogar tranquilidad y unos padres preocupados por sus estudios, que le arropan,  las garantías de éxito se multiplican.

Pero siempre se habla más de la madre que del padre.

Otro error. En efecto, la madre es importante y se habla mucho de ella. Pero tenemos que hablar del padre. Debemos enfatizar que el interés del padre por los estudios de los hijos es fundamental.

Significa mostrar que uno puede ser hombre, adulto, e interesarse por los estudios. Esto es lo varonil. Cada vez escuchamos con más frecuencia a los chicos decir que eso de las palabras, que eso de hablar o leer bien, es cosa de chicas.

Quinto mito: el nivel socioeconómico del municipio también incide en las posibilidades de éxito del alumno, es decir, cuanto más alto, más posibilidades.

Si los colegios públicos ofrecieran una buena calidad de enseñanza, el que se viva en uno u otro barrio, carecería de importancia.

Solo cuando se deja caer la calidad del colegio público, cuando se suprimen los exámenes y bajan las exigencias, la cuestión socioeconómica adquiere relevancia. ¿De qué puede servirle el barrio en el que viva a un estudiante que no se esfuerza?

Hay hijos de familias acomodadas que lo tienen todo, que piensan que no deben esforzarse para vivir como sus padres. No ven que tengan que seguir un camino para conseguirlo.

Algo parecido sucede con muchas familias de bajo poder adquisitivo y social; miman tanto a sus hijos que estos, viviendo como ricos, no ven la necesidad de esforzarse.

Antaño en las familias trabajadoras el nivel social de los hijos subía de manera general. Ya no.

Además también aquí el discurso de las élites educativas incurren en contradicción. Por un lado te dicen que los municipios de nivel social y económico alto lo tienen más fácil, mientras que por otro imponen normas que coartan la libertad educativa, obligando a las familias a que lleven a sus hijos al colegio más cercano. En España, a través de diferentes vías, pretenden abocarnos al monopolio de la enseñanza pública que yo prefiero denominar como de iniciativa estatal. ¿No supone esto un retroceso en el tiempo?

Sí, lo es. Y es otra cosa más.

Para ellos sus políticas igualitaristas son más importantes que el aprendizaje de los jóvenes.

Su desprecio por los jóvenes, por el aprendizaje, incluso por el país, es máximo, ya que la nación la constituyen esos ciudadanos que se están formando y que se erigirán en la mano de obra del futuro.

Es inconcebible. ¿Cómo puede un gobierno tomar decisiones así? Supuestamente en democracia votamos a los gobiernos y los gobiernos hacen lo mejor para nosotros. ¿Cómo pueden hacer algo que está absolutamente en contra del bien de la mayoría de los ciudadanos?

Es decir, que el monopolio de la enseñanza estatal, no solo favorece la igualdad, sino que la dificulta, cuando no la impide

Exacto, la única manera de que no fuera así, y solamente de forma parcial, es que la enseñanza tuviera una calidad excelente. Solo cuando demostrasen que pueden alcanzar la excelencia en la enseñanza, podrían empezar a pensar en suprimir alternativas. Sin embargo, la realidad es que se hallan muy lejos de la excelencia. No tiene sentido plantearse siquiera esa posibilidad.

No se preguntan por qué, al menos en España, cada vez hay más gente que huye de le enseñanza estatal, cosa que antes no sucedía. Lo señalas en tu libro, el buenismo está dañando la educación.

Y tiene que ver  también con otra palabra: la infantilización de la educación a la que te referías antes. El otro día hablé con alguien de la UNESCO. Hablan del derecho a la educación, del derecho a esto y lo otro.

No parecen comprender que los derechos en la escuela ya están adquiridos, y que de lo que se trata es de ofrecer lo que les hemos prometido.

Si el ambiente es caótico porque hay alumnos que destruyen la paz en el aula, y existen profesores no muy entusiasmados por la educación, no estamos ofreciendo a los alumnos lo que les prometimos.

La política va por un camino y habla de derechos, pero la realidad del aula es otra. Deberían preguntarse por qué la enseñanza pública tiene tanta dificultad para atraer a los mejores profesores.

Les falta autocrítica, desde luego.  Una de las novedades que presenta tu libro respecto a la primera edición se refiere a la inmigración, que ha ido creciendo en estos años. Hay un capítulo dedicado a Francia que es tremendo.¿Cómo influye la inmigración en la educacióa nivel español,  europeo, mundial?

Podemos asegurar que hay una interconexión entre la nueva pedagogía y el mal resultado que da una presencia importante de inmigrantes.

Si hubiera una meta clara de aprendizaje, si hubiera peldaños, si hubiera un examen al final, podríamos intentar entrenar también a los recién llegados, porque habría exigencias.

En cambio, lo que hacemos es colocar a alguien según su edad en un grupo, y eso lleva al desastre.

Existen casos donde un adolescente de 14 años que llega procedente de otro país se integra, pero se trata de casos excepcionales, de alumnos muy inteligentes, con buena voluntad y un hogar que les ayuda. Eso existe.

Pero si hay grupos de alumnos que hablan la misma lengua, que forman un grupo cultural cuestionado y que no valoran la cultura que ofrece la escuela, su influencia se asemeja a la de un cuerpo extraño que no colabora.

Planteas un futuro más que incierto, o mejor dicho, una certeza indeseable. ¿Cómo revertir esta situación?

Un país deberá enfrentarse a problemas muy importantes si no educa a los futuros ciudadanos para que puedan colaborar con otros y ganarse la vida.

Un país que no toma en serio la educación, el conocimiento, la socialización, la moral, no aporta soluciones.

Si bien la situación de los inmigrantes no nos enseña nada nuevo, nos muestra con una lupa las deficiencias del modelo que hemos impuesto. Otra manera de decirlo es que si teníamos un mal modelo y llega un gran volumen de inmigrantes, deberíamos haber reaccionado; que esta no es la educación que reconocemos, que votamos una vez, y que pagamos.

Y a propósito de pagar, que un alumno, inmigrante o no, pase por el sistema obligatorio de escolarización y no aprenda, equivale a tirar por la ventana 10.000 o 15.000 euros. Los contribuyentes deberían poner el grito en el cielo. ¿Esto es lo que hacen con mi dineros y encima se sienten a disgusto en la sociedad?

Es consciente de que al decir estas cosas transgrede los límites de la corrección política

Claro, estamos hablando de una cuestión tabú. No es que no lo veamos. Lo vemos todos, y aun así no lo denunciamos.

Otro aspecto que me llama la atención de tu libro es que el sistema educativo está generando en ellos un racismo toda vez que, aunque no quieren volver a sus países de origen, se sienten víctimas de los países que les acogen.
Llegas a decir que se sienten víctimas permanentes del racismo de los demás, pero que no creen que ellos incurran en racismo alguno. Te refieres, sobre todo, a argelinos, porque estamos hablando de Francia, pero entiendo que se podría extrapolar a otros países…

Sí, es así. Y tiene algo que ver con el islam. Estas circunstancias se dan con más frecuencia entre los alumnos procedentes de países islámicos que, por ejemplo, entre chinos o sudamericanos.

La razón es que su fe les dice que son superiores a los demás, y si no lo fueran, las cosas irán aun peor.

Alguien que adquiere una educación gratuita en un nuevo país, pagado por los contribuyentes de este país, tiene una suerte loca. Si no lo aprovecha, es que algo falla.

Todos sabemos que no se trata de la reacción de un individuo aislado, sino de una opinión de grupo. Existe una presión de grupo para adoptar una actitud victimista y deberíamos afrontar este problema. Como persona perteneciente al ámbito de la educación, diría que hay que enseñar; hay que enseñarles historia, hay que enseñarles cómo funciona una sociedad. Y es preciso que se lo enseñemos muy bien.

Una última pregunta. La conclusión que extraigo de la lectura de tu libro y de esta conversación es que, después de décadas y décadas criticando la enseñanza tradicional, resulta que es la solución.

Sí. Curiosamente se habla mucho de investigación, de innovar, de investigar… Hay becas, hay doctorados, hay cátedras, hay catedráticos y, sin embargo, vamos a peor.

La experiencia demuestra que la forma de enseñar de la educación tradicional funciona mejor.

Dice el cerebro que para que algo se quede en el cerebro, tenemos que oírlo de manera clara, tenemos que saber cuál es la meta de ese aprendizaje, tenemos que repasarlo varias veces. Y tiene que situarse en un nivel que se halle a nuestro alcance. Debe dirigirse a mi nivel de conocimientos previos. Exactamente lo que hacía la escuela tradicional. Algo sabían los maestros de antes.

Inger, muchísimas gracias. Ha sido un auténtico placer conversar contigo. Tu libro, La buena y la mala educación es una auténtica joya que recomiendo a todos nuestros lectores, incluso para aquellos que en su día adquirieron la primera edición. En estos años se han producido muchos cambios y el libro los actualiza a la perfección.

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