Por un verano asombroso

17 de julio de 2025. Por Bárbara Domínguez López para Forum Libertas

Redescubre el asombro perdido de la infancia y transforma tu verano en una aventura de belleza, descubrimiento y esperanza. ¡Vuelve a mirar el mundo con ojos nuevos!

Seguro que todos hemos sido testigos alguna vez de la emoción alegre de un bebé cuando toma conciencia de su propia voz y emite sonidos intermitentes para experimentar con ella, o de la concentración absoluta mientras investiga ese ombligo suyo que se acaba de encontrar, o del asombro que experimenta al descubrir en otro niño a un semejante mientras toca su nariz y, después, la propia; su boca y, después, la propia… comprobando las coincidencias, a la par que busca con la mirada la confirmación de su descubrimiento en mamá o papá.

O, tal vez, hayamos constatado, más adelante, su fascinación ante la narración de una historia o al observar el comportamiento de cualquier animal.

El asombro en la infancia nos viene de serie, lo vivimos de forma natural y en plenitud porque observamos la realidad con una mirada limpia, sin filtros que la adulteren.

En el fragor de la adolescencia y la juventud, el asombro, por lo general, se reduce a mínimos, pues en esos momentos, tal vez sin quererlo expresamente ni formulárnoslo tal cual, nos colocamos a nosotros mismos en el centro del universo y apenas miramos a nuestro alrededor.

Con la vida que llevamos los adultos tampoco resulta nada fácil abrirse a esta experiencia: el vivir en constante carrera, la rutina y, reconozcámoslo, el estar de vuelta de casi todo —o creerlo— y dar tantas cosas por sentadas y zanjadas, nos han endurecido la mirada y apenas damos cabida a que nada nos impresione —¡Qué me vas a contar!—, a no ser que un rayo nos tire del caballo como a san Pablo; pero eso, en realidad, pasa muy de vez en cuando.

Pérdida de asombro

En su libro Crecer en el asombro, Miguel Salas apunta cinco causas principales que empañan la mirada proclive al asombro: la dispersión, la velocidad, la cerrazón, el orgullo, la ingratitud y el racionalismo.[1]

A medida que pasa el tiempo, sin embargo, la vida se encarga, afortunadamente, de ir desplazándonos y poniéndonos en nuestro sitio respecto al mundo y en relación con los demás.

Y digo que afortunadamente, porque, si estamos avispados y colaboramos en la reubicación, es una oportunidad de oro para reconducir la mirada y poder contemplar la realidad que nos rodea con más verdad, desde el sitio que nos corresponde, atisbando cada vez más la esencia de las cosas y maravillándonos con ella.

Si nos paramos a pensar, vemos que la vida nos pone en nuestro sitio de muchas maneras, pero una de las más agradables y llevaderas es arrimándonos de nuevo a la infancia, ya sea a través de los hijos —propios o de amigos—, de los sobrinos, de los primos pequeños, de los alumnos… Gracias a ellos, renovamos la mirada y volvemos a ver lo que nos rodea con más frescura a través de sus ojos.

A tiro para el asombro

Creo que el verano es un momento ideal para bajar revoluciones y ponernos —mayores, jóvenes, adolescentes y pequeños— a tiro para el asombro.

Este es algo que se experimenta inesperadamente, no se elige vivirlo, es un regalo. Y la visión será la que sea, tal vez a mí me asombre algo distinto a lo que le asombra al de al lado —esto, dice Salas, varía en función del carácter, la educación y el momento vital de cada uno[2]—, pero lo cierto es que la mirada hacia eso que vemos puede educarse fomentando una serie de hábitos para ello, como son el caminar por sendas que, habitualmente, propician el asombro o, lo que es lo mismo, el descubrir en la realidad la Belleza, que es reflejo del Bien y la Verdad.

Y ¿cuáles son esas sendas que nos llevan a semejante descubrimiento? Pueden ser muchísimas, pero hay unas pocas que casi casi garantizan el éxito en nuestro objetivo: el contacto con la naturaleza, el arte en cualquiera de sus manifestaciones, la ciencia, el amor, la contemplación de la virtud y las habilidades excepcionales en quienes nos rodean, la inmensidad en todas sus variantes, la espiritualidad…[3]

¿Es o no es el verano buen momento para transitar con calma y conciencia por estos caminos en familia? “El sentido del asombro es lo que hace que uno contemple la realidad con humildad, agradecimiento, deferencia, sentido del misterio y admiración”, dice Catherine L’Ecuyer.[4] En realidad, el cambiar la mirada nos cambia la vida a mejor, a mucho mejor.

“El asombro es fuente de esperanza y antídoto contra el cinismo: nos recuerda que, incluso, en los momentos de mayor oscuridad, el Bien, la Verdad y la Belleza permanecen a nuestro alcance, a la espera de ser descubiertos”.[5]

El beneficio merece, sin duda, el esfuerzo. ¡Vamos a ello! ¡Por un verano asombroso!

[1] Salas Díaz, Miguel. Crecer en el asombro. La emoción olvidada. Plataforma Editorial. Barcelona, 2025.

[2] Ibídem. P. 72.

[3] Ibídem.

[4] L’Ecuyer, Catherine. Educar en el asombro, Plataforma Editorial. Barcelona, 2012.

[5] Salas Díaz, Miguel. Op. Cit. P. 208.

Instagram de la autora: @enversoyprosa

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