La estadounidense Katy Faust, fundadora de una organización en defensa de los derechos de los niños, se define como una mujer “completamente corriente”. De cuando en cuando, escribe algún artículo y está a punto de publicar un libro. Pero la mayoría de las veces sus opiniones no suelen llegar a mucha gente. Con todo, esto no le ha disuadido de decidirse a hacer una contribución valiosa en su entorno.
Faust, casada y madre de cuatro hijos, uno de ellos adoptado, está preocupada por el clima de crispación e intolerancia que ve en su país. Teme que la exaltación que han traído los disturbios tras la muerte de George Floyd, el asalto al Capitolio o la censura de las Big Tech acabe haciendo más difícil la expresión de las discrepancias respecto del pensamiento dominante.
¿Qué puede hacer ella?, se pregunta en The Federalist. Y responde: “Todo lo que pueda para fortalecerme a mí misma y a los demás”. E invita a los disconformes con la cultura actual a participar más activamente en su entorno. “Todos tenemos una esfera de influencia: nuestra familia, grupo de amigos, conexiones en redes sociales, iglesia, escuela o lugar de trabajo”.
Arrodíllese ante Dios, no ante los hombres. Para no ceder a las presiones de quienes exigen la adhesión a la ortodoxia del momento, Faust se ha propuesto tomarse más en serio su relación con Dios. “Debo empaparme de la Palabra viva, dejar que los salmos se conviertan en mi alimento diario y usar como brújula la Primera carta de San Pedro”.
No deje que eduquen a sus hijos por usted. Frente al adoctrinamiento o las malas influencias, Faust anima a los padres a capacitar a sus hijos a pensar de forma crítica. En secundaria, eso exige hablar mucho con ellos sobre todo tipo de asuntos controvertidos, por incómodos que sean. Sus hijos, dice, deberían saber más de esos temas que sus amigos y aprender a detectar falsedades.
Júntese con otros y hagan frente común. Faust se inspira en los grupos organizados por el padre Kolakovic en la Checoslovaquia soviética, basados en el método “ver, juzgar y actuar”, para implicar a sus amigos en la construcción de una nueva cultura. Se reúnen dos veces al mes para estudiar cuestiones de actualidad y “ver” sus efectos en la sociedad. Luego “juzgan” qué pueden hacer y “actúan” en consecuencia. “Es posible disentir solo, pero es mejor hacerlo juntos”.
Tome la palabra. En el pasado, Faust se limitó a opinar en público sobre aquellas cuestiones de las que se consideraba experta. Pero se ha dado cuenta de que si no habla también de aquellos asuntos que conoce medianamente bien, aunque no sea una gurú, sus ideas acabarán infrarrepresentadas. En vez de esperar a que llegue un experto con su visión del mundo, ha decidido tomar la iniciativa, estudiar ella misma las cuestiones que requieran de su juicio e intervenir en los debates públicos. Puede que no sea la opinión definitiva, pero al menos será la única a contracorriente que escuchen en su ambiente.
POR THE FEDERALIST