Hace unos días se filtró en España el borrador de la “Ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans”, llamada coloquialmente ley trans. La publicación del documento ha hecho que vuelva a saltar a los medios y a las redes un enconado debate entre feministas y defensores del movimiento queer.
El punto álgido de la discusión llegó con las declaraciones de la vicepresidenta del gobierno Carmen Calvo, que siempre se ha definido como feminista y que lamentó especialmente que la ley permita a las personas cambiar su género simplemente con una declaración expresa. La ley vigente, de 2007, lo permite sin necesidad de cirugía, pero exige un informe médico o psicológico y dos años de tratamiento hormonal. Calvo ve incompatible la libre autodeterminación de género con una cierta seguridad jurídica. “A mí me preocupa fundamentalmente la idea de pensar que el género se elige sin más que la mera voluntad o el deseo, poniendo en riesgo, evidentemente, los criterios de identidad del resto de los 47 millones de españoles”, manifestó en declaraciones a una emisora española. Las acusaciones de transfobia no se hicieron esperar.
Como fondo de esta discusión, algunos colocan la tormentosa relación entre los dos partidos en el gobierno –Podemos y PSOE–, que hace saltar chispas cada vez que se negocia una nueva ley. En este caso, la confrontación es aún más virulenta porque la visión del feminismo de Podemos es muy distinta a la del PSOE y porque la cartera de Igualdad, que es el ministerio que ha elaborado la ley, está en manos de Podemos. Y, más concretamente, en manos de Irene Montero, una de las líderes de la formación y pareja de Pablo Iglesias.
Objeciones feministas
Pero, al margen de esta trifulca política, la realidad es que este debate deja ver una interesante confrontación que hasta hace unos años era casi inexistente y que han sacado a la luz un grupo de pensadoras feministas, algunas bastante jóvenes. Tienen razón algunos defensores de la ley que le reprochan al PSOE, e incluso al PP, que hasta ahora hayan apoyado normas muy similares, y que les recuerdan que hace solo dos años, en el 2019, el PSOE preparaba una ley que contemplaba la posibilidad de un cambio legal del sexo y el nombre en el documento nacional de identidad sin tener que presentar informes médicos ni ningún otro requisito.
Una parte del feminismo ve en la autodeterminación de género una amenaza para los derechos de las mujeres
¿Qué ha pasado desde entonces? Lo que ha pasado principalmente es que una importante rama del feminismo ha visto en la llamada autodeterminación de género un significativo retroceso para muchos de sus derechos y de sus reivindicaciones. Y ante este retroceso han decidido movilizarse y defender sus posiciones pese a las críticas feroces de gran parte del movimiento queer, que lo primero que hizo es etiquetar a ese feminismo con un término denigratorio. Cualquiera que debata sobre la autodeterminación de género es Terf (Trans-Exclusionary Radical Feminism). Esta etiqueta ofensiva hace que más de uno se retire de una discusión que se presenta viciada desde el inicio porque plantearse si la sexualidad tiene una raíz biológica o psicológica, o ambas, no tiene nada que ver con respetar a las personas o defender los derechos de estas, sean trans o no lo sean.
A pesar de la etiqueta, este feminismo no rechaza a los transexuales pero sí mantiene que rebajar la identidad sexual a un simple deseo o voluntad significa entrar en un resbaladizo terreno que puede lesionar los derechos de muchas mujeres, de los menores, de las personas gais y, al final, de las propias personas trans y de toda la sociedad.
Como señala la psicóloga jurídica y forense Laura Redondo en un argumentado hilo de Twitter a raíz de la publicación del borrador de la ley, esta nueva normativa puede perjudicar a las mujeres en cuestiones como las cuotas laborales, el deporte, la seguridad o la anulación de su protección. Basta pararse a pensar en competiciones deportivas donde se enfrentarán mujeres y personas trans en igualdad de condiciones, o en algunas profesiones tradicionalmente masculinas donde las mujeres han entrado con mucho esfuerzo (como el ejército o la policía). En cuanto a la violencia de género, una importante lucha del feminismo se diluye si en la ecuación se prescinde de la variable del sexo. Y eso sin entrar en el tema de los espacios seguros o las cárceles.
Riesgos para los menores
En cuanto a los menores, Redondo argumenta el daño que puede hacerles una ley que anula el sano desarrollo de su personalidad sin estereotipos de género, que les patologiza desde los 12 años o que permite hormonaciones y mutilaciones. Con otras palabras, las consecuencias que puede tener para los menores una ley que, en cierto modo, les utiliza como piezas de una compleja ingeniería social, son inimaginables. Y, de hecho, es el punto de la ley más controvertido y que más rechazo conlleva en amplias capas de la sociedad. Tal y como está redactado el borrador, la ley permitiría que los menores, a partir de los 16 años, cambiaran de sexo sin el consentimiento de sus padres. Un proceso que puede tener consecuencias de por vida.
Pero Redondo llega aún más lejos al señalar que, a pesar de sus buenas intenciones, la ley puede perjudicar especialmente a las personas trans, pues, al situar el género en una construcción voluntaria, el texto termina afirmando que cualquier persona es trans –o puede serlo en algún momento de su vida–, niega la disforia de género (que considera un estigma) y rechaza la posibilidad de que profesionales les evalúen con garantías.
En resumen, el borrador presenta una ley que necesita de una profunda reflexión y reelaboración para no resultar lesiva para muchos. Frente a los que defienden que las personas trans son un porcentaje muy pequeño de la sociedad y que proporcionarles algunos derechos que les ayuden a compensar la marginación que han sufrido hasta ahora no tiene que repercutir en el resto de la sociedad, está la cuestión de a cuántos colectivos puede afectar negativamente esta ley. En el fondo, late la idea de bien común y de colisión de derechos.
Se entiende bien cuando se estudia uno de los temas que ha “salido” del borrador inicial esperando tiempos mejores (estaba en una propuesta inicial de Podemos del 2018): la posibilidad de que quien no se sienta identificado con ningún género pueda acogerse al llamado tercer sexo: neutro o no binario. Probablemente serían pocas las personas que se acogerían a este tercer sexo, pero conllevaría la necesidad de importantes cambios legales, sociales, políticos y estadísticos que habría que estudiar para que no colisionaran con los derechos de la mayoría que sí se siente hombre o mujer.
Un debate complejo porque aborda algo tan sensible como la identidad, y que seguirá dando temas para discutir y reflexionar.
POR ANA SÁNCHEZ DE LA NIETA PARA ACEPRENSA