La polémica Ley Celaá aprobada por el Gobierno, que comenzará a aplicarse en todo su rigor a partir del próximo curso, prevé la paulatina desaparición de los centros de Educación Especial. Una decisión duramente criticada por profesores, expertos y familias afectadas, como las que se ha encontrado Misión al pasar con ellos una jornada en el colegio María Corredentora.
Álvaro parece feliz al otro lado de la cristalera del autobús. No da la sensación de que le moleste que sea lunes, ni que el reloj marque las nueve de la mañana, ni las estrictas medidas anticovid. Está sonriendo, se intuye perfectamente a pesar de la mascarilla. Con los ojos achinados, zarandea su mano, mira a la cámara y saluda. Sus profesoras le meten prisa: “Venga, Álvaro, que eres el último”. Todos sus compañeros ya han bajado del coche, unos con ayuda y otros sin ella. Pone pies en tierra y se dirige con paso firme a su clase de 1.º B.
Estamos en el colegio de Educación Especial María Corredentora, en el norte de Madrid. La apariencia es la de un centro como cualquier otro –cancha de fútbol, canastas y toboganes–, pero el interior es distinto, funcionan como una familia. “La evolución que ha tenido mi hijo desde que llegó al colegio es increíble. Cuando nos contó que había aprendido a leer, su madre y yo lloramos de la emoción”, nos cuenta Samuel, su padre. Álvaro tiene síndrome de Down, tiene 7 años y lleva desde los 4 en este centro.
Hoy en su clase aprenden que es un lunes 8 de noviembre, que hace frío y que estamos en otoño. Lo repiten hasta que lo interiorizan. “Esto en una escuela ordinaria se enseña en Infantil, pero mi hijo lo tiene que aprender ahora, es su ritmo”, asegura Samuel.
Lo que más impresiona son las sonrisas y los abrazos. Cada vez que hay un acierto, los niños se lanzan a los brazos de su profesora. “Nosotros no sabíamos que Álvaro sería Síndrome de Down, nos pilló por sorpresa. Pero yo conocía un caso cercano y sabía que estos niños son un regalo. Para tu hijo siempre pides una cosa: que sea feliz. Y con Álvaro esto es algo asegurado”, dice su padre.
Samuel nos cuenta que lo que propone la nueva Ley de Educación es inviable: “Los colegios ordinarios no tienen medios, y a medida que los niños crecen la diferencia con el resto es más evidente”.
Los alumnos van de los 3 años a la mayoría de edad. A estos últimos, las clases los preparan para el mundo laboral, para su primer trabajo.
Los alumnos mayores de edad cuentan a Misión cómo se preparan para el mundo laboral
El sueño de Carlos
“Tengo a mi hijo motivadísimo. Sueña con trabajar en una oficina, vestir elegante todos los días y ganar un sueldo”, cuenta Ana, la madre de Carlos. A ella no le gusta la palabra “integración”; dice que la integración será real cuando no sea necesario nombrarla: “Solo pedimos que puedan aprender en un ambiente cómodo y adaptado a sus posibilidades”, dice.
Esta mañana han empezado con Sociedad. A Sergio se le han olvidado los deberes y le han pillado. Otro compañero baja la cabeza, mira hacia el pupitre e intenta disimular, pero también le cazan. Ya son dos los que llegan sin la tarea hecha –aunque no pasa nada–; las profesoras les explican que mañana es otro día, pero que les tocará trabajar el doble.
Una vez superada la vergüenza, Sergio nos cuenta que su pasión es el cine. Silvia sueña con ser secretaria, Eloy, con ser probador de videojuegos e Inés con subirse a un escenario. De hecho, sin pedírselo, se pone a entonar en alto: “Dios está aquí… tan cierto como el aire que respiro”. Nos dice que es una de las que cantan en el coro de la iglesia. Porque en este centro concertado también reciben catequesis adaptada, preparan la Eucaristía y se les transmite la fe.
Elegir en libertad
Es una clase tan personalizada que los libros son diseñados por las profesoras: hay algunos con letra grande, otros con explicaciones detalladas… “Si hay una palabra que no entendemos, la subrayamos y la preguntamos en alto”, les pide una de las maestras.
Conservar esta educación personalizada es la prioridad de los padres: “He firmado todo lo que se podía firmar en contra de esta Ley. Mi hijo fue hasta 6.º de Primaria a un colegio ordinario, estuvo tres años perdiendo el tiempo, no entendía lo que le explicaban. El cambio ha sido brutal: Carlos va solo en autobús, se mueve por la ciudad y es el chico más feliz del mundo. Pedimos escoger en libertad”, sentencia Ana.
Si caminas por los pasillos de este centro, llaman la atención las cristaleras. Todas las clases tienen una. Así, puedes ver a una logopeda haciendo ejercicios –a solas– con Lucía o a todos los alumnos de 1.º B en asamblea. Es el turno de Álvaro, se levanta y se sitúa delante de la clase: “Me llamo Álvaro, hoy es lunes 8 de noviembre, hace frío y estamos en otoño”. Lo ha hecho perfecto, gesticulando y sin equivocarse. Si su padre lo viese estaría orgulloso…Álvaro lo dice sonriendo, es feliz.
Por Israel Remuiñán
Fotografía: Dani García
Artículo publicado en la edición número 62 de la revista Misión, la revista de suscripción gratuita más leída por las familias católicas de España.