Pero ¿cuál es la fundamentación antropológica de esta oferta que la naturaleza hace a nuestra libertad y que constituye el núcleo esencial del derecho natural al matrimonio?
Toda forma de entender el amor, el consentimiento y el matrimonio parte de una forma previa de ver al hombre, pues se trata de realidades específicamente humanas. No puede haber visión alguna sobre estos conceptos que no se corresponda con alguna manera de concebir al hombre. Existe pues un modelo antropológico subyacente en la concepción canónica del matrimonio. A partir del estudio y conocimiento del hombre podemos proponernos un concepto verdadero de amor conyugal, de consentimiento y de matrimonio conforme a la naturaleza humana. La complejidad de nuestro tema no es otra que la complejidad misma de la persona.
Persona y cuerpo
La antropología canónica parte de la consideración del cuerpo humano como una dimensión constitutiva de la persona. El hombre es carne, se identifica con su cuerpo y gracias a él, pues es quien es porque su cuerpo es este y no otro. El hombre no se limita a tener un cuerpo, sino que es su cuerpo. Su espíritu personal informa e impregna su materialidad haciéndola exclusivo cuerpo suyo y personal. Gracias a esta personalización de nuestra corporalidad la materia deviene en un cuerpo personal, en encarnación misma de la persona, en su más básica y primaria manifestación. El espíritu personal es nuestro principio de vida, de unidad y de orden. No puede haber en este mundo persona humana sin naturaleza humana, ni naturaleza humana viva sin persona humana. Así, la armónica integración de la persona cuerpo-espíritu resulta esencial en la acción de amar. Intentar vivir dividiendo nuestras inclinaciones biofísicas de las espirituales da lugar a crasos errores.
Modalización sexual
Pero el cuerpo humano es un cuerpo sexuado, modalizado por la feminidad o la masculinidad. En el modelo antropológico subyacente a la expresión canónica del matrimonio la dimensión sexuada se entiende como una dimensión de la íntegra persona humana. “A la verdad en el sexo radican las notas características que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad”. No se trata pues sólo de una diferencia física, biológica, ni siquiera sólo psíquica, sino como un todo en el ser personal. Así, la condición de persona se es desde y a través de la condición sexuada de la persona; desde la masculinidad o la feminidad. Cada persona lo es como varón o como mujer: se vive, se piensa, se siente, se actúa, se ama, en fin, se consciente, como varón o como mujer.
Esta modalización sexual está en el mismo fundamento de la vida humana, pues la conciencia de la identidad psicobiológica del propio sexo y de la diferencia respecto al otro sexo se complementan recíprocamente en un armónico proceso de integración, en el cual, la misma vida humana encuentra el contexto natural que la origina. ¿Qué caracteriza a esta estructura modalizada por el sexo, y qué relación tiene con el ser personal que somos?
En línea de principio, el hombre es una soledad irreductible, vive un estado radical de separación y de soledad frente al resto de los seres. El hombre es siempre él mismo y no puede fusionarse con nada ni con nadie. El hombre es siempre capaz de reconocerse como enteramente otro respecto de lo demás y de los demás.
Ahora bien, gracias a que la misma naturaleza humana existe bajo dos modalidades diversas y complementarias (varón y mujer), la condición sexuada de la persona se constituye en la vía de comunicación más radical de lo que somos y que se encuentra en el fondo de todo amor real. Todo amor es dinámica de don y acogida personales, todo amor se realiza mediante el don y la acogida de lo que somos.
Así, en la conyugalidad, el varón y la mujer, como seres personales originariamente en soledad, adquieren conciencia de estar frente a otro “yo”, una autoconciencia distinta de verse delante del resto de las cosas o de los demás vivientes. Por su cuerpo sexuado, el hombre descubre que hay dos maneras distintas, complementarias y relacionadas de ser igualmente persona humana, y ante este descubrimiento el hombre se fascina. Es descubrir la novedad de ser iguales como personas, pero diversos y complementarios por la modelización sexual; así se explica la fascinación que causa la feminidad en el varón y la masculinidad en la mujer, pues se descubre una reciprocidad natural latente, una fascinante ecoamigabilidad. Y es que, ser cuerpo parece ser una estructura más primaria que la modalización sexual masculina y femenina, nos referimos a una antecedencia no cronológica sino ontológica. La sexualidad aparece como una específica organización de la corporalidad para adecuarse y hacer posible la comunicación del espíritu, para posibilitar el don de sí y la acogida del don personal del otro en que consiste la reciprocidad de la dinámica amorosa. Vean cómo la sexualidad se nos presenta así como una estructura constitutiva de la persona, que le brinda una adecuada e íntima respuesta comunicativa al estado de soledad original del hombre, una respuesta adecuada a la problemática que, para la comunicación espiritual, plantearía la cuestión de ser sólo un cuerpo sin sexo.
¿Cuál es pues el sentido de esta doble encarnación (varón-mujer)? ¿Cuál es el destino del Eros? La respuesta aparece en el horizonte de aquella comunicación que pueda ser verdadera compañía íntima para la persona en el contexto de una reciprocidad adecuada, conforme a su propio estatuto ontológico, sexuado y personal.
Así, el cuerpo, precisamente por sexuado, hace posible una comunicación en la que él mismo es la materia que se comunica y posibilita el encuentro espiritual. La persona encuentra, en la naturaleza de su ser sexuado, la materia más íntima y suya de comunicación, alcanzando así el significado personal de la sexualidad y su finalidad conyugal, el sentido del Eros. Esta es la fundamentación antropológica de la conyugalidad como la más radical comunicación intrahumana en nuestro ecosistema personal.
Gracias a la posibilidad comunicativa que implica un cuerpo sexuado, la persona no se ve limitada a dar sólo cosas que tiene, pero que no es, sino que puede darse, destinarse y recibir en la intimidad de su propia humanidad. Así, la misma humanidad se constituye en el fundamento de esta reciprocidad, en la naturaleza que hombre y mujer se comunican. El propio cuerpo, modalizado por la sexualidad, encuentra aquel otro modo de ser, diverso pero complementario, que permite conformarse en una sola unidad espiritual, precisamente mediante la reciprocidad del don y aceptación de sus cuerpos sexuados, diversos y complementarios, configurando una coposesión conjunta de sus corporalidades, lo que canónicamente denominamos –una caro-.
Esto nos permite concluir, que la sexualidad es el medio humano de poder ser uno mismo, en su propia naturaleza, don entero y sincero de sí mismo para el otro y viceversa. De este modo, la persona tiene en su propia carne el lugar de encuentro más íntimo para donarse a sí mismo, para destinarse y recibir el don de sí del otro, como señala Tomás Melendo “La sexualidad humana madura es, siempre, una sexualidad personalizada, singularizada: concretada en una persona particular y única”. Esta dinámica, la de ser don de sí y aceptación del otro en sí, es la dinámica radical del ser personal, la dinámica unitiva por excelencia; es, en suma, el amor real, el que es conforme con nuestro estatuto ontológico corporal y personal.
POR VERITAS