En la vida política hay que contrarrestar los ataques a la verdad, al bien y a la belleza de forma atractiva, clara y precisa.
El desarrollo de la vida política necesita del esfuerzo y del ejercicio de la libertad individual para practicar lo que se predica, es decir la verdad, el bien y la belleza.
La causa y la raíz de los males que envenenan a la sociedad es la ignorancia.
Las verdades no pueden ni deben quedar difusas ni enmascaradas.
La verdad hay que hacerla propia y vivirla. Devolver la luz a la verdad, al bien y a la belleza.
Por tanto, adquirir y transmitir ciencia es la solución para no convertirse en espectador de la ignorancia.
La continua formación profesional es necesaria para dar solución a los problemas, como
sentenciaba S. Agustín “¿Dijiste basta? Pereciste”.
Un dirigente ignorante puede ser virtuoso, aunque la ignorancia no es una virtud.
Los dirigentes falsos con sus soluciones erróneas actúan contra el sentido común.
Un enfermo lo cura un médico, pero no hace falta que el médico contraiga la enfermedad.
Una sociedad enferma la cura un político sano. En qué cabeza cabe que un político corrupto cure la corrupción.
El buen agricultor después de sembrar buena simiente recoge buenos frutos.
El mal agricultor después de sembrar recoge malos frutos. En paralelo lo vemos en tantas administraciones políticas.
Vemos en administraciones fracasadas su supervivencia a costa de incrementar los impuestos, e incapaces de gobernarse a sí mismas.
Son muchos los ejemplos a lo largo de la historia, -la historia es tozuda-, como mayorías políticas acaban parasitando la administración, alguien lo definió, vivir de “la sopa boba” y como tarde o temprano, y con el paso del tiempo se terminan por descomponer, es el precio que pagamos al tirar los esfuerzos y recursos, que además son de las familias, a un pozo sin fondo del que nunca se sacará agua.
Siempre es necesario para sacar agua limpia, clara y transparente; la verdad, la bondad y la belleza.