“Hay que revalorizar la paternidad”

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María Calvo (Foto: cortesía de la entrevistada)

La figura del hombre que asume la paternidad desde su masculinidad –lo esperable, en todo caso– no vive sus mejores horas. “Llegábamos a casa a medianoche, después de trabajar todo el día, y mi padre nos mataba y bailaba sobre nuestras tumbas cantando ‘¡aleluya!’”, caricaturizaba Monty Python en un viejo sketch. Pero para algunas corrientes actuales no es una imagen humorística: el hombre, “opresor congénito”, no tendría nada positivo que aportar a la crianza de los hijos. Al menos no desde su perspectiva de varón.

En su último libro, Paternidad robada (1), María Calvo Charro, profesora titular en la Universidad Carlos III de Madrid y autora de varias obras sobre educación, toma nota de las consecuencias del repliegue social del varón. Consecuencias para los menores, para sus madres, para la sociedad. Por eso pide un cambio de mentalidad, pues “si el hombre pierde, perdemos todos”.

— “Paternidad robada”. El título, profesora, ya nos indica que el estado de cosas no va bien…

— Hay una crisis de identidad personal en general, que afecta a la feminidad, pero especialmente a la masculinidad, una de cuyas facetas esenciales es la paternidad. Ahora mismo se quiere prescindir de los hombres para ser madres, pues por las técnicas de reproducción asistida ya no hace falta físicamente un hombre.

¿Por qué paternidad robada? Porque en la medida en que hay mujeres que están teniendo hijos sin padre, o hijos “huérfanos de padre” antes de nacer, en las familias llamadas “monomarentales” (madres solas con hijos), se está privando al hombre del papel de la paternidad y se está condenando a los hijos a ser huérfanos de padres vivos.

También se evidencia una especie de prejuicio de inutilidad masculina que se ha extendido desde la revolución del 68, que hace que las familias tiendan a la “matrifocalidad”. Hay mujeres que consideran que el hombre es poco apto, que no tiene calidad, que es perjudicial para el equilibrio emocional de los hijos, y lo van apartando. El espacio paterno es un espacio invadido por la madre, y él queda relegado a ser espectador benévolo de la relación madre-hijo.

Otra cosa: cuando se le permite intervenir se le exige muchas veces que lo haga como nosotras lo hacemos, desde lo femenino, no desde una plena masculinidad. Que sea, la “mamá bis”, el padre que ejerce la paternidad con modelos femeninos.

— En los medios, la recurrente imagen del hombre como instigador de la violencia, como persona instintivamente falta de delicadeza, tampoco lo favorece mucho…

— Efectivamente. Se ha extendido el desprecio social hacia la paternidad, y aparecen retratos del padre como el violento, el alcohólico, el que abandona el hogar. Pero no están reflejando una realidad, pues es en el siglo XXI cuando los padres quieren estar más involucrados. Nunca se han visto tantos padres en las consultas de pediatría, en los colegios; a tantos de ellos luchando por la patria potestad en los juzgados cuando las parejas se separan…

El padre actual, lejos de esa agresividad, es un hombre que quiere ejercer de tal, que quiere ser competente. A esos padres los encontramos en las reuniones del colegio o en el pediatra. Y han aprendido una expresividad emocional que no tenían las generaciones anteriores. Son más afectuosos. Son capaces de decir “te quiero”, de dar un abrazo. Es una generación de padres muy emotivos, pero que no aplican otros valores y atributos del pasado que necesitan también para ser padres equilibrados. Como no es “políticamente correcto”, no se atreven a aplicar la autoridad, los límites…

Frustrar no “traumatiza”

— Visto que ejercer la autoridad, en la familia o en lo social, no cotiza demasiado, ¿es contraproducente que el padre imponga límites? ¿No convendría a todos que intentara “suavizarse” y ser más transigente?

— ¡Qué va! ¡Es maravilloso que ponga límites! Les está haciendo un regalo a los hijos. Osvaldo Poli, psiquiatra, dice que vivimos bajo una especie de encantamiento que nos hace difícil poner a nuestros hijos frente a la realidad, encararlos con el sentimiento de culpa. Les evitamos el conflicto, que sufran…

Es muy positivo que el padre ponga límites a los hijos: “Les está haciendo un regalo”

Es el padre quien regala los límites; los hijos los quieren, pues son como las barandillas de una escalera. Al llegar a la adolescencia, los límites son imprescindibles. Ellos reclaman la imposición de una ley, de una barrera, para traspasarla, para infringirla. La necesitan para ejercer su libertad. Un niño sin límites no es libre para saber si obedecer o no. Si se le deja hacer lo que le da la gana, esa libertad está mutilada.

— Aunque ser el que pone los límites puede ser ingrato. ¿No es mejor ejercer de “amigo” del hijo que de “Señor No”?

— Ser amigo de los hijos es el peor maltrato que se les puede dar. Amigos pueden tener muchos, pero padre solo pueden tener uno. El padre tiene que dar esa seguridad a sus hijos, ayudarles a saber dónde están en el mundo. En la familia hay un orden jerárquico, y él tiene que imponerles la ley simbólica de la familia, el orden de filiación. Porque van a ser mucho más felices luego. En la medida en que acepten un “no” de su padre van a ser capaces de aceptar un “no” de la autoridad, de un policía, sin una frustración.

Al padre le corresponde ese papel: confrontar al hijo con la realidad. Los hijos, para ser felices, tienen que madurar, y el padre, con los límites, los ayuda a ello. ¿Qué es la felicidad: que estén contentos? No. Que sean autónomos, independientes. Que vuelen. Como decía Goethe, “solamente podemos dejar un legado a nuestros hijos: raíces y alas”. Tenemos que regalarles las alas, que suponen la maduración personal, y esta pasa por la frustración, los límites y el esfuerzo.

— La idea reinante, sin embargo, es que frustrar “traumatiza”…

— Los hijos tienen el “derecho fundamental a la frustración”. ¡Habría que reconocerlo en la Declaración de Derechos de la Infancia! Ahora mismo hay miedo a frustrarlos, a confrontarlos con la realidad. Y esto es horrible, porque la frustración nos rodea como las cuatro paredes de una casa. El covid-19 nos lo demuestra: queremos salir a la calle y no podemos; estar sanos, y enfermamos; vivir para siempre, y nos estamos muriendo.

Eso es frustración, y si no sabemos gestionarla, tenemos un problema. Cuando los niños no saben gestionar la frustración, tienen muchísimas papeletas para padecer problemas psíquicos cuando son adultos.

No hay educación sin frustración. Desde que el niño nace, empieza a llorar pidiendo el pecho de la madre. Si se le da a demanda, que es lo que está de moda, nunca se frustra. Los pediatras clásicos decían que era cada cuatro horas. El niño lloraba los primeros días; luego ya esperaba las cuatro horitas perfectamente. Aprendía a gestionar la frustración.

Frustrar es amar. Hay que amar mucho a un hijo para aguantar el llanto cuando es pequeño; las malas caras cuando son más mayorcitos, aguantar que incluso nos odien cuando son adolescentes… Es una manifestación de amor.

Un “agujero negro” en el hogar

— Hay madres que crían solas a sus hijos. ¿Para qué necesitarían un padre? ¿Acaso no pueden poner ellas los límites?

— Los hijos necesitan de la alteridad sexual en torno a su vida. No es solo tema de límites. Ahora mismo, tal como está configurada, sumergida en la ideología de género, tenemos un problema con la identidad sexual de niños que viven solo con la madre, rodeados de feminidad. Los varones en este caso, y contando con que en el colegio más del 85% de los profesores son mujeres, crecen en un mundo totalmente feminizado, sin referencias masculinas.

Los psiquiatras coinciden en que niños y niñas, al nacer, tienen una identificación primaria con la sexualidad de la madre, de modo que ambos sufren un itinerario para desvincularse de ella: a la hija le es más fácil, porque no debe sufrir la desvinculación de la feminidad; el hijo sí debe pasar esa desvinculación, en un itinerario más complejo, porque experimenta pequeños desgarros.

Llegar a ser varón es un camino complicado, tortuoso. Las madres podemos ayudarlos en afectividad, enseñarles inteligencia emocional, etc., pero no podemos enseñarles a transformarse en hombres. Podemos transformar un embrión en un niño, pero no un niño en un varón. Eso corresponde a su padre, luego su no presencia genera un problema de identidad sexual brutal, cuyas consecuencias vemos después en la sociedad.

Por supuesto, la ausencia del padre no es solamente su ausencia física, sino la simbólica. En el caso de las madres que han tenido hijos en soledad, sin querer saber nada del padre, hay un agujero negro en el lugar de este, lo que les genera ansiedad a los niños. Además, hay mujeres que tienen hijos con la intención de llenar sus vacíos existenciales. Depositan en ellos todas sus esperanzas; toda su vida gira en torno a ellos, que se convierten en sus confidentes. Es una especie de relación de pareja. Los psicólogos llegan a hablar incluso de “incesto psíquico”.

Tras muchos comportamientos delictivos, se halla un perfil muy común: “Varón, sin padre”

A esos niños no los dejan volar. Tienen una especie de deuda de gratitud eterna con su madre, que les dice: “Eres la razón de mi existencia”, y es un error horrible, pues queda encerrado en una cárcel de amor equivocada. Pero también lo es para la mujer: el niño no puede ser la razón de nuestra existencia. Jamás.

El mejor regalo que le puede hacer la madre a un hijo es el desapego. A partir de los seis años, todo niño y niña deben experimentar un desapego de ella y una resintonización con el campo magnético masculino. La madre regala la vida carnal, biológica, y el padre la vida social.

Enseñar la empatía

— Usted habla de consecuencias de esa ausencia masculina para el niño en lo personal. ¿Y en lo social?

— En lo personal, como te he dicho, están los problemas de identidad sexual, pero también una menor capacidad de mostrar compasión; menos empatía, menos autocontrol… ¿Por qué? Porque la educación femenina en ausencia del padre es coja. Tiende, por ejemplo, a la inmediatez de la satisfacción de los deseos: ¿tiene hambre? Le doy de comer inmediatamente. Le pongo el vaso de agua antes de que lo pida. El abrigo, antes de que tenga frío… Luego es imposible tener autocontrol. ¿Cómo va a tener empatía, si no ha experimentado el sufrimiento, el hambre, la sed…?

No puede tener empatía por otros ni ser sensible. Además, es inmaduro, y las personas inmaduras piensan que se lo merecen todo y que lo que no les gusta, sencillamente no existe. “Me molesta todo lo que sea feo, todo lo que sea sufrimiento…”.

Esto se refleja luego en la vida social. Las estadísticas demuestran que la ausencia paterna está la base de la mayoría de los problemas sociales más graves: la delincuencia, los abortos adolescentes, el fracaso escolar, la drogadicción… Antes se pensaba que estas situaciones estaban relacionadas con la marginalidad y la pobreza. Nada de eso: se dan también en niños de clase alta, en menores que son violentos.

En Francia, a propósito del yihadismo, se observa que los terroristas tienen en común ser varones, jóvenes y sin padre. Si vamos a Colombia, investigaciones sobre el sicariato y el narcotráfico muestran que la inmensa mayoría de los involucrados tienen el mismo perfil. En España, el último informe del fiscal de menores dice que el retrato del delincuente es “varón, sin padre”.

— Pero no siempre el padre está ausente de la vida del hijo por incompatibilidades con la madre. Puede que haya fallecido. ¿Los riesgos y consecuencias son los mismos?

— Nada que ver. El padre siempre ha estado ausente de alguna manera. En el pasado mucho más que ahora, porque emigraba por razones de trabajo, porque fallecía, o por mil motivos. Pero había una presencia simbólica, espiritual. Para la madre existía, y lo nombraba: “Cuando venga papá te vas enterar”, o “te va a dar un premio”, o “se va a alegrar de esto”. Si había fallecido, aun así estaba simbólicamente presente: “A papá le habría gustado…”.

“Se necesitan modelos masculinos que los niños puedan asumir como líderes”

Había, pues una presencia. El horror es cuando no hay nadie. Hay un vacío, un agujero, y el hijo no sabe de dónde viene. Somos seres genealógicos. Necesitamos raíces. Esto se observa mucho en niños que vienen por reproducción asistida. La donación de gametos, en España, es anónima, y a estos niños, no saber quién es su padre les genera una ansiedad terrorífica. El Comité de Bioética está luchando para que los donantes no sean anónimos.

Modelos masculinos

— Se dice que “madre solo hay una”, y en mi tierra complementan: “Padre es cualquiera”. ¿Es “cualquiera”? Las leyes de varios países vienen a ratificar esto.

— Padre es quien adopta al hijo, lo acompaña, le pone límites. Lo “paterniza”. Padre no es padre biológico: inseminar no es paternizar, como no es pianista quien tiene un piano. El padre biológico tiene que “adoptar” al hijo, simbólicamente hablando. Es quien hace la reconfiguración mental para serlo y se adapta a las nuevas circunstancias. Tiene un papel distinto y nuevo, en el que se crece con el ejercicio. Es quien se hace cargo de un hijo en todas sus facetas: espiritual, física y psicológica, y puede no ser el padre biológico.

— Ud. señala que el padre influye en la conformación de la identidad sexual del hijo y de la hija. ¿Es una tarea indelegable?

— No. Hay padres que están ausentes por muchos motivos. Otro adulto puede jugar un papel importante en esto: un tío, un abuelo, un profesor, el guía de un club… Es importante que esté esa figura masculina. Sería muy positivo, en este sentido, favorecer la presencia de profesores varones en las escuelas, pues ahora mismo los escolares están absolutamente feminizados, sobre todo en los primeros estadios: en infantil y primaria.

Paternidad robada

Se necesitan modelos masculinos que los niños puedan asumir como líderes. Los menores necesitan un liderazgo. Si no lo encuentran en el padre, en el abuelo, en el profesor, lo buscan fuera. En las pandillas, por ejemplo.

— Dice Ud. además que es el hombre quien enseña a los hijos a respetar al sexo femenino. Para el que se cría solo con su madre, ¿no vendría ya esto incluido “en el paquete”?

— Todo lo contrario. Las estadísticas demuestran que los niños que se crían solos con sus madres son muy agresivos y violentos cuando llegan a la adolescencia. Se revuelven contra las madres, porque estas no les han dado autonomía; el hijo no ha sido un ser independiente, sino un apéndice. Ya en la adolescencia, el hijo quiere esa autonomía, y entonces se revira contra ella, que ha sido toda dación, pero dación equivocada, amor asfixiante. Ellos luchan por respirar, y a veces reaccionan con mucha violencia.

Paternidad equilibrada

— Si el padre es un ogro, lo mismo que si es una “madre bis”, todos en el hogar pierden. ¿Por dónde debe ir la línea y cómo puede ayudar la madre en esto?

— El padre tiene que ejercer una paternidad equilibrada. No puede ser ni lo uno ni lo otro. Tiene que exteriorizar todo desde el afecto. Claro, como tendemos a repetir modelos, hay muchas paternidades incorrectas heredadas. Nuestros padres no han sido muy de dar afecto. Las mujeres jugamos un papel esencial, porque sabemos mucho de inteligencia emocional, y por suerte, las emociones son educables. Podemos tender puentes, buscar momentos de intimidad entre padre e hijo; ayudar al hombre a expresar su sentimiento, a que el hijo entienda la diferencia entre la masculinidad y la feminidad.

Por otra parte, ¿a que llamamos ogro? Hay que tener cuidado. Se tiende a pensar que los hombres aman menos que las mujeres porque tienen menos expresividad emocional. Su manifestación del amor es muy diferente a la nuestra, sin por ello tener menos calidad. Aman, pero desean fortalecer a los hijos.

Es una manifestación del amor que a las mujeres nos cuesta comprender. Está cuajada de silencios. Para nosotras, la comunicación es amor; para ellos, es hacer cosas juntos. Se llevan al hijo a la montaña, como estuvieron mi marido y mi hijo adolescente días atrás: cuatro horas en silencio allí. ¡Cuatro horas! Y felices los dos, con una conexión emocional fortísima.

Eso puede hacernos entender que, antes que calificar al hombre de poco cariñoso, hay que comprender que su manifestación de amor es diferente a la nuestra. No podemos feminizarlo.

— Por último, en su libro, Ud. advierte de que, de seguir como vamos, arrinconando la figura del padre, se viene una “vuelta a la horda”, una crisis de la civilización occidental. ¿Hay voluntad de corregir este menosprecio y sus consecuencias? ¿Vamos tarde?

— Todavía estamos yendo hacia atrás. Aún no se ha reaccionado. Por ejemplo, en el Real Decreto que se ha aprobado sobre el permiso de paternidad, no aparece la palabra padre. Y no aparece a propósito: lo que no se nombra no existe. Porque el padre es el “perturbador”, el “no apto”, el “perjudicial”, el “prescindible”…

Estamos yendo todavía contra la figura paterna, así que queda mucho por hacer socialmente. En el imaginario colectivo hay que cambiar esa percepción, pues el hombre libera a la mujer. Libera al hijo y a la madre. Es libertad. Tenemos que revalorizar la paternidad, la masculinidad equilibrada, porque necesitamos a los hombres. Si no, vamos a tener una sociedad muy complicada.

(1) Paternidad robada. Almuzara. Córdoba (2021). 274 págs. 19,95 €.

“Hay que revalorizar la paternidad”

 

POR LUIS LUQUE PARA  ACEPRENSA

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