3 de noviembre de 2025. Por Teresa López Montes para Forum Libertas
La verdadera igualdad entre hombres y mujeres no niega sus diferencias, sino que las acoge como un don. La complementariedad, vivida con amor y respeto, enriquece la persona y fortalece la sociedad
Hombres y mujeres somos iguales en dignidad y derechos. Todos tenemos la misma capacidad de pensar, amar, aprender y crecer. Pero también somos diferentes en algunos aspectos que nos hacen únicos y complementarios.
Reconocer estas diferencias nos ayuda a valorarnos mejor y a construir relaciones más ricas.
En lo biológico, los cuerpos masculino y femenino presentan muchas similitudes, pero también particularidades: distintas hormonas, formas de reaccionar o maneras de usar el cerebro. Estas diferencias no hacen que uno sea mejor que otro, simplemente muestran que cada sexo tiene talentos propios. La sexualidad, por su parte, forma parte esencial de nuestra identidad como personas. No se reduce solo a la búsqueda de placer, sino que incluye aspectos biológicos, psicológicos y afectivos que nos ayudan a crecer y a relacionarnos con los demás. Los órganos sexuales tienen una función clara: la capacidad de dar vida. Igual que un pulmón sirve para respirar, la sexualidad tiene un sentido que va más allá de la satisfacción momentánea: está orientada a la unión y a la procreación.
Diversidad complementaria
En lo psicológico y afectivo, también se notan matices. De manera general, los hombres suelen enfocarse más en resolver problemas de forma práctica y rápida, mientras que las mujeres tienden a prestar atención a los detalles, la empatía y la comunicación. Esta diversidad de enfoques permite que, juntos, puedan mirar la vida desde dos perspectivas distintas y complementarias. La sexualidad es, además, un camino hacia la persona: no es solo un instinto, como en los animales, sino un impulso humano que podemos educar y orientar con la inteligencia y la voluntad.
No estamos condenados a dejarnos llevar por los deseos, sino que podemos vivirlos de forma responsable y enriquecedora.
Existen diferentes maneras de mirar la sexualidad. Algunas corrientes la reducen al mero placer o a lo biológico, sin reconocer la dimensión espiritual y trascendente de la persona. Estas visiones acaban generando relativismo, confusión y, en muchos casos, frustración. En cambio, la antropología personalista entiende la sexualidad como parte esencial de lo que somos: unidad de cuerpo y espíritu. No se trata solo de placer, sino de encuentro, comunicación profunda, apertura a la vida y respeto mutuo. Desde esta perspectiva, el amor no es solo una emoción pasajera, sino una decisión libre de buscar el bien del otro.
Cuando la sexualidad se vive desde el personalismo, se fortalece la capacidad de amar con generosidad, sinceridad y paciencia.
Se comprende que el cuerpo no es un objeto, sino parte de nuestra dignidad como personas, y que la fertilidad es un signo de salud y de apertura a la vida. Aprender a escuchar, esperar y cuidarse es clave para que el encuentro sea pleno y enriquecedor.
La cultura actual muchas veces presenta el sexo como un producto de consumo, desvinculado del amor, el compromiso y la vida, empobreciendo la experiencia y generando vacío. Por el contrario, cuando la sexualidad se integra en el amor verdadero, se convierte en fuente de alegría, unidad y crecimiento.
En definitiva, la diferencia entre hombres y mujeres no es un obstáculo, sino un regalo que nos permite aprender unos de otros, unir fuerzas y aportar lo mejor de cada uno a la sociedad. De igual modo, educar la sexualidad significa educar a la persona entera: su libertad, su afectividad y su capacidad de amar. Vivida con responsabilidad y amor, la sexualidad nos enseña que amar no es usar al otro, sino entregarse generosamente, construyendo relaciones sólidas, familias sanas y una sociedad más humana.
