20/02/25 Por Miriam Esteban para ForumLibertas.com
La orden ejecutiva de Trump refuerza una práctica que degrada la dignidad de la persona desde su inicio.
A veces, el engaño se camufla entre los pliegues de la ciencia. El presidente Donald Trump ha firmado una orden ejecutiva que expande la fertilización in vitro (FIV), una medida que, lejos de tratarse de un avance, constituye un atentado directo contra la dignidad humana, la moral y la naturaleza misma de la vida.
No solo se trata de una política equivocada, sino de una deshorna a Dios y al milagro de la vida.
La matanza invisible
El destrozo es mayúsculo.
La FIV, en su anti naturalidad y frialdad científica, implica la creación y posterior eliminación de innumerables embriones humanos.
Es decir, vidas humanas que son fabricadas en serie y eliminadas como material sobrante.
La vida comienza en la concepción. Y sin embargo, como pequeños dioses, en nombre de la ciencia, nos hemos inventado, bajo laboratorio, un supuesto «derecho a tener hijos» que se desliga totalmente el sentido de la vida como don.
De este modo se juega con la existencia, se desprecia el regalo sobrenatural de la paternidad y en caso de que las cosas no cuadren, se descarta la vida con la indiferencia con la que se desecha un lote de productos defectuosos.
Kristan Hawkins, de Students for Life of America, ha sido rotunda: «La fertilización in vitro no es un camino moralmente neutro para la vida; es un proceso en el que se crean y destruyen seres humanos a voluntad.» Y ahí está el quid de la cuestión: la voluntad del hombre pretendiendo reemplazar la voluntad de Dios. Un acto de soberbia colosal.
No existe el «derecho a un hijo»
Se nos quiere hacer creer que existe un «derecho a tener un hijo». No existe tal cosa.
Un hijo no es un objeto de consumo, un capricho o un animal de compañía.
Un hijo es un don, un regalo de Dios que nace del amor conyugal entre un hombre y una mujer.
Pero la FIV rompe con este principio fundamental. Al trasladar la creación de la vida a un laboratorio, reduce la concepción a una transacción técnica y la separa conscientemente del lo que en si es el matrimonio entre el hombre y la mujer.
No hay amor, no hay entrega, no se reconoce al otro como un bien, no hay apertura a lo trascedente, no hay donación recíproca…
Solo hay tubos de ensayo, ciencia deshumanizada y sujetos de batas blancas, jugando a ser dioses.
El mercado de la vida humana
Si algo caracteriza al mundo moderno es su capacidad para mercantilizar absolutamente todo. La FIV no es la excepción.
Al contrario, es una industria lucrativa en la que las personas en sus primeras etapas de vida se seleccionan, manipulan y desechan con una impunidad alarmante.
La comercialización de óvulos y esperma, la selección de embriones por «calidad» y la congelación de aquellos considerados «no viables» son prácticas normales en esta industria perversa.
Además, la FIV y la maternidad subrogada están siendo utilizadas como herramientas de explotación, forzando a mujeres en situaciones de vulnerabilidad a convertirse en meras proveedoras de óvulos y vientres de alquiler.
¿Dónde está el la dignidad de la mujer aquí? En silencio cómplice.
¿Dónde queda la familia?
Como si todo lo anterior no fuese suficiente, la orden ejecutiva de Donald Trump no se detiene en la promoción de la FIV para parejas casadas con problemas de fertilidad.
No, también abre las puertas a que parejas del mismo sexo y mujeres solteras accedan a este proceso.
La consecuencia, el hijo se convierte en un derecho adquirido al margen de la familia natural.
Pero la realidad es que todo niño debería de tener derecho a ser concebido dentro del matrimonio.
Es la naturaleza, es la verdad, es el orden que Dios mismo estableció. Alterarlo es jugar a la incongruencia de nuestra razón de ser y existencia.
La Naprotecnología
La solución a la infertilidad no pasa por la FIV, es más, se trata de un parche con trampa.
Pero si que existen alternativas éticas que respetan la vida y la dignidad humana.
Una de ellas es la Naprotecnología, un método que trabaja con la fertilidad natural de la mujer y el hombre para tratar las causas subyacentes de la infertilidad, sin recurrir a la destrucción de embriones ni a la manipulación artificial de la vida.
Esta es la alternativa que debería estar recibiendo apoyo estatal, no la creación masiva de vidas humanas destinadas al congelamiento o a la basura.
El sufrimiento de la infertilidad es real, y la Iglesia acompaña y sale al encuentro a quienes lo padecen.
Pero la solución nunca puede ser una técnica que implica la manipulación y destrucción de vidas humanas.
La orden ejecutiva de Trump refuerza una práctica que degrada la dignidad de la persona desde su inicio.