LA FAMILIA VERTEBRA EL SISTEMA SOCIAL


La familia es la célula que vertebra todo el tejido social y, por lo tanto, resulta imprescindible. Bien es cierto que, en una sociedad libre, no se puede exigir a nadie que adopte un modo de vida concreto: la sociedad, aunque conozca sus necesidades, ha de ser tolerante con cualquier opción que no atente al bien común. Pero una cosa es la tolerancia y otra, muy distinta, es la indiferencia: la sociedad sabe qué es lo que necesita y tiene el derecho y la obligación de fomentar las actitudes que cubran dichas necesidades. Algún político lo ha explicado clarísimamente: “No atenta a la libertad de empresa, la necesidad de establecer Zonas de Urgente Reindustrialización, allí donde haga falta”. En resumen, máximo respeto hacia las opciones de vida privadas; pero potenciando aquellas que coadyuvan al bien común.
Ante el pluralismo de figuras de convivencia que se da en la actualidad, la sociedad se desconcierta y pone en duda el modelo familiar y el concepto de vida familiar. A veces, desde la vida política se promociona este pluralismo por una especie de complejo de progresía, que considera mejor todo lo que sea novedoso. Semánticamente, también provoca confusión que se denomine como familia cualquier forma de convivencia que, en muchos casos, ni siquiera es hogar (se ha llegado a hablar de familias unipersonales). También desde los medios de comunicación se aprecia una creciente hostilidad hacia el concepto de familia, porque vende más la novedad de algunos planteamientos que los modelos tradicionales. Paralelamente, han aparecido grupos de presión que tratan de obtener beneficios y privilegios que no les son propios, mientras que —hasta ahora— no han aparecido dichos grupos de presión en defensa de la familia.
Pero este panorama no puede disuadir a las autoridades de la necesidad que la sociedad tiene de fomentar la familia para asegurar su propia existencia: si la familia no lograse su supervivencia frente a otras formas de convivencia que la marginan, la propia sociedad desaparecería; la familia no sólo genera la estabilidad social, sino que sin familia simplemente no hay futuro.
Por tanto, debemos reconocer la función social que cumple la familia: cuando una familia se ocupa de sus niños, de sus enfermos o de sus mayores, no sólo genera bienestar a sus propios miembros, sino que es también fuente de estabilidad social. Sólo así la sociedad española pudo soportar el inmenso peso del elevado número de
parados que había en la década de los ochenta, y el embate del sida y la droga; y sólo así superará el esfuerzo para compensar el elevado porcentaje de ancianos que en un futuro muy próximo tendremos con respecto a la población activa. Si estas personas no hubiesen sido acogidas y mantenidas por sus familias, no habría sido posible mantener la paz social. Lo mismo ocurre con los enfermos, los discapacitados o, simplemente, con la educación de los niños preescolares.
Pero esta función social de la familia supone un peso importante para sus miembros, peso que no deben soportar sin ayuda del resto de la colectividad. La sociedad debe compartir este peso de alguna forma, además de reconocer su esfuerzo. No se puede seguir privatizando los costes derivados de la asunción de responsabilidades familiares, mientras se socializan los beneficios derivados de dichas responsabilidades. Por ejemplo, los niños de hoy serán los cotizantes que mañana mantendrán el sistema publico de Seguridad Social, del que se beneficiarán por supuesto las personas que ahora no soportan la carga de mantener y educar a esos niños. Por esto, cuando se piden ayudas para la familia no se está reclamando sino una acción de justicia social; y esta ayuda debe ser prioritaria a la ofrecida a otras formas de convivencia que no soportan un peso idéntico.
Se constata que, en nuestra incorporación a Europa, se han ido adoptando todas las medidas legislativas que perjudican a la familia (aborto, divorcio, permisividad pornográfica, regulación de uniones de hecho, etc.), mientras que no hemos adoptado ninguna de las que la benefician (ayudas, prestaciones por hijo, reducciones fiscales, etc.). España es el país de Europa que menor porcentaje del PIB dedica a ayudar a la familia (2,1% cuando la media comunitaria se sitúa en el 8,5%: ¡cuatro veces menos!); y por ello es el país del mundo con menor índice de natalidad y el que será mas viejo en el 2050. El Partido Familia y Vida cree que es el momento de modificar radicalmente esta situación; e implantar ya en España la política familiar que en Europa se viene haciendo desde hace décadas, tanto desde los partidos de la izquierda como desde los de la derecha política.
Hemos visto que, entre sus funciones, la familia es el principal creador de capital social, que es un factor imprescindible, pues sin confianza y sin cooperación un sistema social no puede sobrevivir. Por esto, no sólo es de justicia ofrecer ayuda prioritaria a la familia, sino que también se le debe reconocimiento y gratitud. Si queremos fortalecer la familia, deberemos aumentar el prestigio social de la maternidad o la paternidad; y agradecer el esfuerzo de quien renuncia a una vida social o profesional más floreciente por formar una familia mejor o más numerosa: éste es el servicio social más importante que se puede prestar actualmente en España; y debería ser compensado adecuadamente por la sociedad, además de la satisfacción personal que la formación de una familia ya lleva implícita.

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