Paternidad retrasada: del “no quiero” al “no puedo”

La pandemia le ha hecho varias muecas demográficas a España. La más evidente ha sido el incremento de la mortalidad en un 17,7% respecto a 2019. Pero también ha afectado a la natalidad. Los datos del INE revelan que en 2020 nacieron en España 339.206 bebés, un 5,9% menos que en el año precedente, y que la tasa de fecundidad bajó de 1,24 a 1,18 hijos por mujer.

El abrupto incremento del desempleo y la incertidumbre sobre el futuro de la economía funcionaron como resortes de la tendencia. En 2020, cualquier reportero que preguntara a un joven sobre el tema de tener prole, escuchaba que era casi imposible formar una familia “con la que está cayendo”. Ya casi al finalizar 2021, y para dar la puntilla, los altos precios de la electricidad, el encarecimiento de los alimentos, los amagos de apagón nacional o regional, y la demostrada fragilidad de las cadenas de suministro, pueden terminar convenciendo a muchos de que la paternidad está totalmente démodé.

El punto, sin embargo, es que la decisión de ser padres no está –contra lo que puede parecer– engrilletada al buen o mal desempeño de la economía. Volvamos a las estadísticas del INE: tras padecer los efectos de la crisis financiera global de finales de los 2000, España empezó la remontada en 2014. El crecimiento fue sostenido hasta 2019 (incluido ese año), lo cual se reflejó en el empleo: a mediados del primer año el paro era del 24,5%, y cayó al 13,8% al finalizar 2019. Que hubiera más personas trabajando y que los vientos económicos fueran favorables podía animar a muchos –en especial a los jóvenes– a salir del hogar paterno, independizarse, consolidar una relación y formar familia.

Pero no: en el mismo período en que las flechas económicas apuntaban hacia arriba, las de la natalidad lo hacían cada vez más a la inversa. De 427.595 nacimientos de 2014, el descenso fue constante hasta 2019, cuando hubo 360.617. Dato de interés es que en 2018 la tasa de fecundidad era de 1,26 hijos por mujer, a pesar de que la encuesta del INE a 12 millones de ellas en edad fértil revelaba que deseaban tener 1,96 hijos por término medio. ¿Por qué no iban a por más? Según manifestaron las menores de 30 años, por razones de conciliación trabajo-familia o por cuestiones económicas, pese a que la renta media había crecido de casi 10.400 euros anuales en 2014 a 11.400 en 2018.

Por tanto, el número de nacimientos de 2020, menor que el de 2019, no se explicaría únicamente como el resultado del influjo del coronavirus en la salud de la economía.

Independiente, sin cargas, y a tope

La economía pesa, aunque no solo ella. En un estudio publicado por Funcas en junio de este año –La pandemia y las familias: refuerzo del familismo y declive de la institución familiar–, L. Garrido y E. Chuliá toman nota del fenómeno: la natalidad “parece haberse desvinculado del ciclo económico y ha seguido decreciendo durante los cinco años de mejora del empleo que precedieron a la pandemia”.

La emancipación tardía demora el momento de asumir responsabilidades propias de la adultez e incide en la postergación de proyectos “restrictivos” de la libertad individual

La natalidad permanece además en una relación inversamente proporcional con la promulgación de medidas encaminadas a favorecer la conciliación. “No deja de sorprender –dicen los expertos– que cuanto más se avanza en la aprobación e implementación de esas medidas (al menos, de acuerdo con los discursos de los diferentes gobiernos que las promueven), más disminuye la natalidad, últimamente tanto en la expansión como en las crisis”.

Para Chuliá y Garrido, una explicación de este descenso radica en el amplio arraigo de la idea –apoyada en los datos de mayor longevidad poblacional– de que la existencia es larga y de que, en consecuencia, proyectos vitales como la paternidad se pueden dejar para más adelante, de manera que no afecten la “calidad de vida” de la persona en el presente con la obligación de cuidar de otros.

La noción de que “ya habrá tiempo para eso” incide, por ejemplo, en que los jóvenes se independicen muy tardíamente y demoren el momento de asumir sus propias responsabilidades como adultos. “Esta situación, reforzada por la sensación de inmortalidad intrínseca a la juventud y por el aumento generalizado de la esperanza de vida, favorece la procrastinación de aquellos proyectos que, como la vida en pareja o la maternidad/paternidad, pueden entenderse como restricciones a la libertad individual”.

El problema, sin embargo, es que dicha procrastinación puede transformar –y transforma en muchos casos– el “puedo tener hijos, pero ahora no quiero” en un “ahora quiero, pero no puedo”. Dicha incapacidad –no ya económica: biológica–, sobrevenida a fuerza de postergar la paternidad, “viene a confirmar que, aunque el aumento de la longevidad humana favorezca el pensamiento contrario, el tiempo sí impone límites muy estrictos, como evidencia el creciente recurso a la reproducción asistida”.

¿Casa o bebé?

La marcha de la economía y las aspiraciones de bienestar personales –un buen empleo, una vivienda propia– muchas veces se entreveran a la hora de decidir el paso a la paternidad. En ocasiones, a diferencia de lo que se ha explicado para el caso español en la postcrisis (2014-2019), el contexto macro puede ser lo suficientemente favorable como para convencer a las parejas, y termina tirando de la natalidad.

Hay un ejemplo en Gran Bretaña. En 2009, tras el impacto de la crisis global, su economía experimentó un retroceso de casi 5 puntos, pero en 2010 volvió a exhibir números positivos. La fecundidad en Inglaterra y Gales se montó en esa ola: de 1,90 hijos por mujer en 2009,  pasó a 1,94 en 2010 y 2012. En cambio, en 2020, annus horribilis, con casi 10 puntos de decrecimiento económico, las malas cifras también acompañaban a la fecundidad, con 1,58 hijos por mujer, si bien el descenso ya venía desde 2013, pese a los buenos años transcurridos entremedias.

Hay que decir que una situación de pleno empleo (o casi) no es per se lo suficientemente persuasiva como para convencer a los indecisos. En el Reino Unido, en septiembre de 2021, la tasa de paro estaba en apenas el 4,6% –todo un sueño dorado en España–, pero los jóvenes británicos se lo siguen pensando. Para muchos, hay que elegir entre tener hijos o comprarse una vivienda, un lujo del que disfruta un 80% de los babyboomers y apenas un 40% de los millennials, que ven en tener piso propio la mejor garantía de no terminar en la calle, con la maleta en una mano y un bebé en la otra.

Sarah Hague, de 27 años, explica a The Guardian que ella y su pareja todavía deben devolver unos abultados préstamos estudiantiles tras completar sus doctorados, y que tienen ante sí el dilema de elegir entre comprar casa –que en Cambridgde, donde viven, no bajan de las 400.000 libras– o fundar familia. “No puedes tenerla sin un hogar estable, y como el período de aviso para desahucio es de apenas dos meses, alquilar no es una opción. Podríamos quedarnos en la calle en ocho semanas”.

Si la vivienda está por las nubes, el costo de los cuidados infantiles planea cerca. Datos de la OCDE revelan que a una pareja británica –ambos trabajadores y con dos hijos pequeños–, los gastos de guardería pueden suponerles el 30% del salario medio, algo por encima de EE.UU. (23%) y Canadá (16%), y bastante más que en España (7%).

Es así que el sistema, que no “impone” retrasar la maternidad, aboca de alguna manera a ello y a la mencionada infertilidad sobrevenida. Una de cada cinco mujeres en edad de procrear no tienen hijos, y el 80% de ellas, según la fundación británica Oxleas, no los tienen porque las circunstancias no se lo permiten. Jody Day, fundadora de Gateway Women, un red de apoyo a las mujeres involuntariamente sin hijos, lo ha comprobado: “Hasta el 80% de los casos se deben a problemas sistémicos, como deudas estudiantiles y la atención a la profesión, con lo que la planificación familiar se deja para muy tarde”.

En estos casos, la esperanza suele descansar muchas veces en la reproducción asistida, pero los resultados –en cifras– no ayudan a pensar en positivo: la web del NHS (la Sanidad pública británica) señala que apenas un 32% de los procedimientos de fecundación in vitro dan lugar al nacimiento de un bebé cuando la madre es menor de 35 años. Para las mayores de 44 años, casi no hay posibilidades: un 4%.

Si la condicionante económico-laboral y la apuesta individual por una independencia a toda costa no sufren cambios radicales, el “más adelante”, el “después”, pueden quedar –como se ve– en meros espejismos.

RECUADRO: Espermatozoides en retiradaLa imposibilidad de tener descendencia suele ser vista, desde tiempos antiguos, como un asunto “de ellas”, pero ellos no están al margen del problema. Un metaestudio publicado en 2017 por Human Reproductive Update halló que, entre 1973 y 2011, el conteo de espermatozoides cayó prácticamente a la mitad (de 99 millones a 47 millones por milímetro cúbico de esperma) entre los hombres de América del Norte, Europa, Australia y Nueva Zelanda.Según expertos, de continuar la tendencia –de la que se culpa, entre otras causas, a la contaminación por eftalatos, que empujaría a la baja los niveles de testosterona–, el recurso a la crioconservación de gametos será la opción que les quedará a aquellos que no deseen engendrar antes de los 35 años.Y varios emprendedores han olido negocio: en EE.UU., startups como Legacy y Dadi venden kits para que los hombres colecten su esperma dondequiera que se encuentren y lo envíen a la empresa por correo, para congelarlo por meses o años. Posteriormente, si el cliente decide usarlo, la operación completa puede costarle unas decenas de miles de dólares.

Espermatozoides en retiradaLa imposibilidad de tener descendencia suele ser vista, desde tiempos antiguos, como un asunto “de ellas”, pero ellos no están al margen del problema. Un metaestudio publicado en 2017 por Human Reproductive Update halló que, entre 1973 y 2011, el conteo de espermatozoides cayó prácticamente a la mitad (de 99 millones a 47 millones por milímetro cúbico de esperma) entre los hombres de América del Norte, Europa, Australia y Nueva Zelanda.Según expertos, de continuar la tendencia –de la que se culpa, entre otras causas, a la contaminación por eftalatos, que empujaría a la baja los niveles de testosterona–, el recurso a la crioconservación de gametos será la opción que les quedará a aquellos que no deseen engendrar antes de los 35 años.Y varios emprendedores han olido negocio: en EE.UU., startups como Legacy y Dadi venden kits para que los hombres colecten su esperma dondequiera que se encuentren y lo envíen a la empresa por correo, para congelarlo por meses o años. Posteriormente, si el cliente decide usarlo, la operación completa puede costarle unas decenas de miles de dólares.

Por Luis Luque para Aceprensa

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